Domingo, 12 de Octubre 2025
Jalisco | Planeación. Áreas de esparcimiento, en el olvido

Desorden urbano limita el uso del espacio público

San Andrés tiene vida ''de pueblito''; se resiste a perder el disfrute de las calles, parques y su valiosa plaza

Por: EL INFORMADOR

COMERCIO Y VEHÍCULOS. Aspecto de la vida diaria en una calle de la Colonia El Fresno.  /

COMERCIO Y VEHÍCULOS. Aspecto de la vida diaria en una calle de la Colonia El Fresno. /

GUADALAJARA, JALISCO (05/AGO/2012).- Hace 32 años, cuenta María de los Ángeles Ramírez, llegó a vivir a la Colonia del Fresno y ella, como otros vecinos, así como arribó advirtió que en algunas calles empezaban a aparecer “mariguanos” y “vagos”. Los mismos colonos se organizaron y les pidieron que se fueran; ellos accedieron. Pero la señora de 62 años de edad ahora no deja salir a los nietos a la calle: “Los dejo en los videojuegos, ¿en qué otra cosa los puedo poner? Sus mamás trabajan”.

Aunque efectivamente El Fresno ha aparecido en las estadísticas municipales de los últimos años por problemas de seguridad, que las abuelas y madres y padres prefieran dejar a sus niños en casa no es un problema exclusivo de esta colonia, ni mucho menos se le puede atribuir principalmente a la delincuencia. También toma parte en este problema el desordenado desarrollo urbano, cuyos efectos se dejan sentir en un círculo difícil de romper.

Cuando los desarrollos habitacionales se reproducen con velocidad, muchos constructores olvidan reservar espacios para la recreación de los vecinos y de sus hijos, niños que, si pueden convivir con otros, irán acostumbrándose a usar las calles como un espacio natural de convivencia. Si no hay espacios útiles, y además la percepción de inseguridad pesa en los barrios o las colonias, los niños no salen a la calle, hay menos convivencia y, por lo tanto, mayor percepción de inseguridad.

Lo que pueden hacer una plaza pública o un parque, es asombroso, admiten los urbanistas: atraen a los vecinos y ofrecen una oportunidad de que la gente se sepa dueña de sus propias calles. Es posible verlo en el antiguo San Andrés, donde una plaza y algunos parques hacen la diferencia.

Tiempos modernos

Los tiempos modernos influyen igualmente, opina el sociólogo de la Universidad de Guadalajara (UdeG) Mario Cervantes Medina, profesor investigador del Departamento de Sociología del CUCSH: muchas nuevas generaciones incluso ven raro si los padres los mandan a jugar a la calle, pues éstos, a quienes las calles les parecen peligrosas, prefieren tenerlos en casa con videojuegos o películas. No es que les falte motivación para salir a las calles, pero tenerlos en casa es más barato.

En el tradicional Analco, por ejemplo, hay muchos papás que confía en el “Nintendo” (videojuegos). La señora Nancy dice que ve su barrio “un poquito inseguro, sobre todo por las noches”. De todas maneras lleva a sus niños a la calle cuando puede: aunque Alan, de nueve años, se entretenga pedaleando la bicicleta en la calle, Josué, de nueve años, juega “Nintendo” durante las vacaciones. José Asunción Valdovinos, de 62 años, ve un panorama más negro, porque hace 22 días lo apuñalaron en un hombro y hoy prefiere que sus nietos estén “estudiando en la computadora”. Gustavo Valdez opina que no es para tanto: “Hubo una rachita de robo a casa habitación, pero eso ya no pasa”.

Espacios públicos reducidos, de baja calidad


El arquitecto y urbanista Juan Palomar Verea indica que la inseguridad hace que los padres tiendan a controlar las salidas de los niños en ciertos estratos sociales, pues en barrios populares los niños aún tienen estas experiencias: “Los que resienten esta situación se limitan a ciertos espacios como el interior de sus casas, clubes, centros comerciales, lo que limita la experiencia con el mundo y la manera de entender la realidad circundante”.

De allí que el crecimiento de la metrópoli, la propia evolución de la ciudad, esté vinculada con la garantía de un entorno satisfactorio para sus habitantes. Cuando el crecimiento es desordenado y no se provee de la infraestructura necesaria y adecuada, el espacio público es restringido y se tienen menos opciones de vivir en espacios comunes. “Cuando los espacios públicos se ven reducidos, son de baja calidad, hay poco control social, inseguridad y el nivel de convivencia disminuye, así como la oportunidad de relacionarse entre los niños”.

Pérdida de lugares vecinales

Y en ese desorden metropolitano se pierden los lugares vecinales Chapalita, Providencia, San Andrés, Analco todavía, El Fresno con dificultades, por poner ejemplos tapatíos, se esfuerzan por defender sus espacios de convivencia. No todos lo consiguen y la inseguridad se los dificulta al último, sobre todo: allí vive María Angélica, una señora que tiene 10 años atendiendo una tienda de ropa en la calle Tabachín y que debe cerrar a las seis de la tarde, aunque antes lo hacía a las nueve. No es para menos: a tres calles, esta semana, “mataron a una muchacha de 15 años”. Tiene un hijo y una sobrina de 11 años: tuvo que contratar televisión por cable y ponerles una X Box. Así, nada de salir a la calle. Aunque todos los vecinos extrañen cuando podían hacerlo.

CRÓNICA
Al pendiente, en Providencia Norte


Siempre al pendiente de quiénes se sientan en la banca vecina, Martha Díaz, quien ha vivido en Providencia por más de 26 años, disfruta de algunas tardes con sus dos nietos, en el parque cercano al Templo Nuestra Señora. Hoy hay más niños jugando en la calle, opina, y recuerda que el antiguo parque, que ahora incluye juegos infantiles, áreas verdes y bancas de concreto, era un espacio tomado por jóvenes en patineta, lo que reducía la posibilidad de disfrutarlo “tranquilamente”.

Hoy hay cuatro familias. Niños montados en bicicletas, novios comiendo nieve, adultos al pendiente de sus hijos en los juegos del parque, todos en buen estado. Martha hace hincapié en que la hora adecuada para salir a jugar a la calle es a partir de las 17:00 horas, cuando el Sol ya no cala; la cuestión es aprovechar dos horas, antes de las siete de la noche, pues cuando comienza a oscurecer los demás usuarios se retiran y el parque queda desolado.

“Siempre busco la manera de sacarlos al parque, aunque sea a dar la vuelta caminado. No hay que dejarlos siempre a que jueguen en la cochera de la casa. En Providencia no se ve tanto vándalo ni persona con malas intenciones, pero sí hay que estar al pendiente de quién llega y se va, qué es lo que hace, si viene solo o con demás niños. Por lo general, cada familia viene en su asunto, saludan por cortesía, pero también se dan cuenta de quiénes más están alrededor de sus hijos”.

Lo que pueden hacer una plaza pública o un parque, es asombroso, admiten los urbanistas: atraen a los vecinos y ofrecen una oportunidad de que la gente se sepa dueña de sus propias calles. Es posible verlo en el antiguo San Andrés, donde una plaza y algunos parques hacen la diferencia.

FRASE

"
En Providencia no se ve tanto vándalo ni persona con malas intenciones, pero sí hay que estar al pendiente de quién llega y se va "

Martha Díaz,
vecina de Providencia.

VOCES
Mejor, actividades alternativas que la calle


Atiende un puesto de jugos. Dice que debido a la inseguridad sus hijos salen poco a la calle. “Es preferible tenerlos guardados o entretenidos con un videojuego”. Las calles más inseguras para ella son Sauz y Olmo. Recuerda cuando niña salía a jugar a la calle y ahora prefiere dejar su celular en casa para evitar que se lo vayan a robar.

Edith Hernández
, vecina de la calle Eucalipto, en El Fresno.

Cierra el cancel de su casa con un gordo candado. Durante las vacaciones mete a sus hijos en cursos de inglés y de algún deporte. Es comerciante y nunca los dejó estar en la calle.

Eneida Zepeda,
vecina de la calle Cedro, en El Fresno.

“Sí ha estado inseguro. Ha habido robos. Algunos vecinos hemos pensado en cambiar de domicilio”. Tiene dos hijos, de seis y nueve años, pero no los deja salir a la calle: prefiere que vayan a cursos de baile, danza o futbol. A un costado de su casa hay un edificio de departamentos en el que asegura que venden droga.

Vecina de Analco.

“Llegaste a la peor colonia”, dice esta vecina de su barrio Analco. “Hay mucho lacra. Venden droga. A mis dos hijas (14 y 17 años) ya les robaron el celular, aquí, en (la calle) Antonio Bravo. A pesar de que nos conocen, no nos escapamos”.

Karina García, vecina de Analco.

"En San Andrés todavía hay vida de pueblito. Si no tuviéramos la plaza, estaríamos bien aburridos en nuestras casas"

María Guadalupe, residente del barrio de San Andrés.

CRÓNICA

¿Todo eso puede hacer una plaza?


No recuerda cuándo dejaron de jugar a las canicas, resorte, chinchileguas… pero seguro fue mucho después de que “Los Vikingos” dejaron de juntarse en la plaza de San Andrés para integrarse a las filas de la guerrilla urbana, allá en los años setenta. Los niños ahora pasan a la velocidad de la luz —en patineta— haciendo giros mortales, maromas, zigzags, subiendo y bajando de bancas a jardineras, de jardineras a bancas, de bancas al suelo, del suelo a las bancas… ¡Zuummm! Se escucha cuando cruzan con rumbo al Parque San Jacinto. Los más pequeños se quedan jugando futbol en el quiosco, persiguiéndose del templo al puesto de algodones, del puesto de algodones al de los tacos, de punta a punta de la plaza. Los que ya tienen permiso —y dinero— para teléfonos inteligentes se sientan a jugar Angry Birds, a revisar el Facebook, a ver videos cómicos, musicales…

Desde su puesto de dogos, Rogelio Pérez ha visto pasar generaciones. Es cierto, los niños ya no juegan a lo mismo, pero, ¡ah!, lo callejero no se les quita ni de broma. “Ya la cosa está más tranquila y pueden andar seguros aquí, pero sin dejar de echarles un ojito”.

“Acá tenemos plaza”


En el quiosco se sientan tres mujeres con los hijos correteándose. Ellas comen elote, ellos papas con chile y limón. “Aquí nos distraemos todas las tardes, vamos a misa, luego nos compramos chucherías, los niños juegan, nosotros nos sentamos y ya luego cada quien para su casa. En San Andrés todavía hay vida de pueblito. Si no tuviéramos la plaza, estaríamos bien aburridos en nuestras casas”, cuenta María Guadalupe, vecina de toda la vida de este barrio.

Don Roberto vivió algunos años en El Fresno, que era igual de tranquila que San Andrés. “¿Sabe por qué allá se hizo peligroso y acá no tanto? Acá tenemos plaza. Eso es muy importante. Allá no hay lugar para distraerse… súmele las drogas, que ya se encuentran donde sea”.

“Aquí daba miedo pasar, era un lugar abandonado y todos sabíamos que acá se escondían grupitos para robar a los que salían del tren”, recuerda Nieves Lira junto a su puesto de chucherías, frente a los juegos infantiles. Desde que lo arreglaron en 2008, “hasta se me ocurrió poner mi puestecito. Me vengo a trabajar y me puedo traer a las niñas. Las dejo en clases de tablas gimnásticas o se ponen a jugar aquí frente a mí”.

En el Parque San Jacinto también hay señoras que bailan zumba, niñas que dan vueltas de carro y se paran de cabeza, jóvenes en licras practicando tablas gimnásticas o con gorra y patineta en las rampas, futboleros, adictos al básquet, monjas que pintan un ángel dorado en la clase de cerámica y abuelos que se sientan a cuidar a los nietos mientras pasa la tarde…

“Esta vida como de pueblito nos ayuda mucho. Si no estuviera el parque o la plaza, ¿dónde cree que andarían los chamacos? En las esquinas, de vagos”, piensa Nieves Lira. Lo mismo que piensa don Roberto: toda la diferencia con otras colonias es que en San Andrés hay una plaza.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones