Jalisco | La discapacidad es su alimento para ‘‘devorar’' la vida Los ruidos, brújulas de un invidente ciclista Juan Bernardo Álvarez Plascencia quedó ciego a los cinco años, tras un accidente, pero mantiene una lucha incansable contra las adversidades y humillaciones. A sus 22 años de edad, es deportista de alto rendimiento y cursa la licenciatura de Ciencias de la Comunicación Por: EL INFORMADOR 6 de diciembre de 2009 - 05:15 hs GUADALAJARA, JALISCO.- Bernardo “conduce” con los oídos su bicicleta. Mientras empuja los pedales con sus pies, de repente se tambalea un poco, luego maneja derecho y durante dos segundos avanza en diagonal. Concentrado, utiliza el sentido auditivo para saber hacia dónde ir. Escucha lo imperceptible. Bernardo es invidente. “Todo hace ruido, todo hace ruido…”, repite. Sus oídos son su radar. Los transeúntes pasan junto a él: ¡Clanc!, ¡clanc!, suenan los zapatos de una joven. ¡Tum!, ¡tum!, ¡tum!, resuenan otros pasos. A sus costados, los árboles, las aves y el viento le indican el camino. Son su brújula. “Todo hace ruido…”, reitera. Bernardo viaja en bicicleta de un lado a otro en su colonia. Casi como cualquier persona con vista. Quien fue atleta desde el 2005 hasta hace dos años, ahora se abre paso en judo, jiujitsu y box. En atletismo competía con compañeros ciegos y débiles visuales. En los deportes de pelea se enfrenta a contrincantes que sí ven. Una vez en el ring, se vale del calor del otro y de sus sonidos guturales y deliberados que emite al moverse. Escucha, siente y, al mismo tiempo, ataca o defiende. Juan Bernardo Álvarez Plascencia estudia el sexto semestre de Ciencias de la Comunicación en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Lo que lo vuelve extraordinario es su tenacidad para enfrentar dificultades. Su discapacidad es el alimento que lo vuelve un devorador de vida. Este joven de 22 años es oriundo de Arandas. No nació ciego. Perdió su vista a los cinco años por un juego de niños no supervisado con un arma de fuego. El juego se volvió un accidente. Un disparo le alcanzó la cara. La contingencia transformó su vida en una con más obstáculos, a diferencia de quienes tienen el sentido de la vista; con más dificultades, sí, pero no por ello menos válida. “El cambio fue muy fuerte porque yo estaba acostumbrado a ver, a jugar, a correr, a ser como cualquier niño. Antes de perder la vista estaba estudiando el segundo año de kínder. Jugar, dibujar, rayar el cuaderno; siempre estaba haciendo ese tipo de cosas. A los profesores le gustaban mis dibujos”. Al ser una persona en el inicio de su infancia y apenas en el comienzo de una vida social, la situación aumentó las dificultades. “Cuando pierdo la vista quiero volver a dibujar, quiero volver a hacer lo mismo, pero me costó mucho trabajo. Fue muy difícil porque en un principio no había el material suficiente. Me daban una pluma y un papel y hacía mis rayaderos. Pero ya no podía observar qué es lo que estaba haciendo. Ya no tenía sentido dibujar. Esa fue una de las cosas que me dolían”. Cambio de vida Un cambio de vida implica más que un cambio de hábitos. La sociedad tiene un papel fuerte en esta voltereta. A Bernardo lo afectó “más que nada” el comportamiento social. Ya no tenía amigos. “Todos mis amiguitos me excluían o me decían que ya no podía jugar con ellos. Como no veía, pasé a ser la pelota del barrio. Todo el mundo me empezaba a golpear o a aventarme piedritas o provocar que me cayera”. Y cuando llegó a la edad difícil de la pubertad, tuvo que lidiar con la segregación. “La secundaria fue la otra parte de la sociedad que me siguió discriminando y apartando. Eran las bolitas de los chavos que decían: ‘El cieguito, ¿cómo que se va a salir a jugar futbol con nosotros?’. O la novia: que a mí me gustaba alguien, pero no me quería porque no veía”, afirma con una voz seria y más pausada. Bernardo vivió situaciones fuertes que lo ayudaron a cambiar de perspectiva. Pero, apunta, la solución a los problemas se encuentra en la forma de pensar y actuar de las personas. “En mi caso fue: si no puedes contra el enemigo únete a él. Como todos los niños se burlaban y me golpeaban, lo que hice fue entrar a ese juego de la burla, a que me divirtiera el que se burlaran de mí. Fue lo que me empezó a hacer fuerte”. Bernardo ideó un juego: “El ciego”. Utilizaban un calcetín, una venda o cualquier pedazo de tela para amarrarlo en los ojos de algún amigo. Así, “al rato, ‘Pepito’ se volvía el ciego. Y ahí anda ‘Pepito’ persiguiendo a todos, y luego ‘Dany’. Entonces ellos comprendían lo que se sentía no ver”. Aprendió a colgarse de las camionetas, subirse a un árbol, aventarse de un lado a otro, tirar piedras, brincar. La que fue una actitud persistente lo llevó a convertirse en “el mismo revoltoso que todos los del barrio”. Así, poco a poco se dio cuenta que los sonidos del mundo están a su disposición. “Me puse a jugar futbol con los amigos y aprendí a escuchar la pelota por el piso”. Empezó a perder el miedo. Aprendió a controlar una bicicleta a los nueve años. “Fue en mi pueblo (Arandas). Mi primo andaba en su bicicleta. Un día la dejó porque entró a comprar tortillas. Yo la tomé, me subí, di una ‘pedaleada’ y me caí. Un amigo de mi primo, Miguel, me vio, se burló, ayudó a levantarme y me dijo que volviera a darle. Me subí, volví a caer y volvió a burlarse”. Pasaron varios días y Bernardo continuó los intentos. Miguel lo molestaba, empujándolo para que se cayera. Pero llegó el día en que no terminó caído en el piso. Su amigo, asustado, tomó su bici y huyó. Bernardo lo persiguió también sobre ruedas. “No, espérate, espérate, te vas a caer”, le decía Miguel. Bernardo se guió con sus gritos. “¡No!, ¡ahora no me voy a caer!”, le respondió. Las llantas de sus bicis se rozaron y se escuchó un sonido. Era la fricción que hacían las gomas. Llegó el momento en que se unieron tanto, que los dos cayeron. Bernardo no sabía frenar. “¡No!, ¡perdóname, perdóname! ¡No, tú perdóname! Entonces ya, desde ahí, nos hicimos súper ‘compas’, aprendí a andar en bicicleta y así fue como comencé”. — ¿Has escuchado, te han platicado o has leído sobre personas que son invidentes y desarrollan un tipo de sonar? — ¿Sonar? —responde—. — Sí, como los murciégalos que emiten un sonido y eso rebota en algo y saben qué tan grande o alto es. — No. He conocido ciegos que van haciendo sonido al caminar. Eso se me hace… bueno, cada quien. Todo hace ruido: el viento, los pájaros; yo lo que hago es enfocar ese sonido en mi caminar, porque ese sonido tiene que rebotar en algo y es lo que aprovecho. Aún cuando tú escuchas todo en silencio, hay ruido. Camino firme Bernardo continuó firme. Después de la bici, ese mismo año, aprendió a andar en zancos. Un día que se festejaba a las madres, sus compañeros de escuela elaboraron un servilletero de madera. Los niños trabajaron en la carpintería. Bernardo se metió al taller para fabricar también su regalo. Terminó justo en el momento de la exposición. Todos estaban expectantes. Y… “¡tómala!”, que sale Bernardo sobre unos zancos tallados por él. Su mamá, “bien feliz de la vida”, corrió y lo abrazó. “Yo le quería regalar más que un objeto, un sentir. Que viera que yo era independiente, que no me gustaba que me trataran como niño tonto, inútil o lo que fuera”. La escena terminó con Bernardo expulsado de la escuela. No querían hacerse cargo de un niño que podía sufrir algún accidente. Pero un profesor lo ayudó a regresar, bajo ciertas condiciones. El acuerdo: que enseñara a andar en zancos a otros compañeros. Su madre, quien se alegró con lo que implicó el uso de los maderos convertidos en zancos, ha sido desde siempre su aliada fiel. “Mi mamá fue la principal persona que siempre me apoyó a que yo estudiara y que me preparara, pese a todo lo que le decía mi papá y el resto de la familia, o los vecinos, incluso”. En cambio, “mi papá decía que no tenía que dedicarme tiempo a mí para que yo estudiara, que mejor me fuera a la calle a pedir limosna o causar lástimas por la acera”. La sociedad, sin preparación para aceptar al discapacitado Son muchas etapas por las que Bernardo pasó. Una de las más fuertes fue la familia, en cuanto a la aceptación se refiere. “La familia no está preparada para recibir a una persona con discapacidad. Nunca lo planearon, entonces no tienen esa educación, ese conocimiento, y menos una familia de pueblo”. Tampoco está preparada la sociedad. Para Bernardo, se han hecho “campañas muy erradas”. Los conceptos que se refieren a personas con discapacidad están arraigados y son equívocos. “Si nos ponemos a reflexionar la etimología de las palabras, minusválido es una persona que vale menos, o inválido es persona que no vale”, lamenta. ¿Con qué cara le dices a alguien minusválido? Bernardo conoce a personas con discapacidad que hacen su vida perfectamente igual, como cualquier individuo, teniendo un reto más, el reto de la discapacidad. “Somos personas con discapacidad. No soy persona con capacidades diferentes ni persona con capacidades especiales. Soy persona con las mismas capacidades que otra, pero con una discapacidad. Soy un discapacitado visual y he utilizado otros recursos para tratar de sustituir esa parte que me falta”, agrega enérgicamente. Algunos de estos recursos están presentes en las calles de la ciudad. Camiones adaptados para discapacitados motrices, transporte público con asientos preferenciales, rampas en banquetas y edificios, sonido en los semáforos. No es suficiente. Bernardo se da cuenta que el problema es la falta de cohesión entre las ayudas del Gobierno y la mentalidad de la gente. “¿De qué me sirve que el Gobierno diga: el 20% de mi ruta la voy a poner en accesibilidad?, siendo que hay rutas que tienen sólo 20 unidades; eso significa que sólo dos van a estar en accesibilidad y pasarán cada cinco o seis horas”. Y apunta: “¿De qué me sirve que existan banquetas adaptadas, si sobre la banqueta o en medio de la rampa habrá un coche o una alcantarilla abierta? O subiendo la rampa hay un poste, un teléfono público o un puesto de tacos, de revistas, etcétera. ¿De qué nos van a servir esas adaptaciones si la conciencia social no nos va a apoyar? Antes de adaptar la ciudad hay que dar una muy buena campaña de información, de respeto e inclusión”. De por sí, Bernardo cree que la independencia es difícil. O el discapacitado tiene miedo de salir a la calle y lo transmite a su familia, la cual se pregunta cómo diablos su hijo, su hermano, o su tío va a cruzar la calle, tomar un camión, etcétera, o bien la familia se lo cuestiona por sí sola. Es sólo cuestión de atreverse y salir. De buscar más allá. Atleta a los 16 Bernardo comenzó a entrenar atletismo a los 16 años. Compitió por Jalisco en 100, 200 y 300 metros, salto de longitud y altura, lanzamiento de jabalina, bala y disco. Después acudió a la selección nacional y de ahí a los panamericanos de 2006. Marcó récords en 400 metros y lanzamiento de jabalina. En 2007 dejó esa disciplina, pero empezó a practicar judo, jiujitsu y box. “Estoy tratándome de postular como uno de los primeros ciegos… soy el primer ciego en jugar de manera profesional con gente que sí ve”. — ¿A nivel internacional? — Sí. Hay débiles visuales, pero no ciegos totales. Como si no bastara, además del deporte y las travesuras, desde pequeño Bernardo gustó de escribir. “Le componía canciones raras a los profesores y a los compañeros que me caían mal”. En el colegio aprendió a tocar piano y un poco de guitarra; ésta no le gustaba. En secundaria se instruyó más en el instrumento de cuerdas porque su teclado se quemó. Ahora, sus entretenimientos se basan principalmente en la música, en escribir, leer mucho mediante su programa de computadora y además le encanta el cine. Los fines de semana disfruta de ir a un bar, a un antro, a un café, o andar de “cotorreo” en casa de alguien. Bernardo hace su vida igual, como cualquiera, pero enfrentando la discapacidad. A pesar de este obstáculo, predica con el ejemplo. Se vuelve solidario mientras pueda hacer algo al respecto. Y al parecer, siempre puede. “Cuando estudié la prepa, el laboratorio estaba en un segundo piso. Tenía un compañero que estaba en silla de ruedas y tenía que subir de a fuercitas. Lo que hacíamos era que entre dos nos lo llevábamos cargando y otros dos se llevaban la silla. Así era como hacíamos el equipo. Había una conciencia social de lo que hacía falta. Nosotros nos la ingeniamos para vencer esa barrera”. Su capacidad de incluir se vuelve su aliada una vez que ésta le permite a su vez ser incluido. Pero ¿qué pasa si nadie es capaz de incluirte a ti?, se le cuestiona. “Aquí en la ciudad a nadie le preocupa nada. Tú ves, tú caminas, tú te mueves, tienes todos tus sentidos. No te das cuenta del riesgo al que expones a otros al dejar tu coche estacionado sobre la banqueta, el dejar tus canceles abiertos, el poner un bote o un puesto o hacer tu negocio en la banqueta”, expone con seriedad. Es peligroso circular por la ciudad. Hace algún tiempo Bernardo bajó de la acera para rodear un coche. Pasó un camión y le jaló la ropa. Él frenó con fuerza para evitar que se lo llevara entre las llantas. “De nada sirve que haya una ciudad perfectamente adaptada si la conciencia de la sociedad está mal informada”. En otra ocasión, mientras caminaba en la calle, de repente ¡pum!, se pegó en la cara con una rama, porque el bastón no lo protege de la cintura para arriba. Se bajó para pasar por debajo de ella, caminó unos cuantos metros y alguien le gritó ¡cuidado!, porque una alcantarilla estaba abierta y podía caer en ella. “De nada me sirve que existan miles de adaptaciones si no se van a respetar, si la sociedad no nos va a poder ayudar”. Siguiendo la línea, termina con otra reflexión: “Trato de aprovechar un día cotidiano al máximo, porque creo que cada segundo que pasa es una eternidad que jamás regresa”. El esfuerzo constante genera grandes frutos, y porque como él predica, “los discapacitados no son minusválidos”, Bernardo se ha vuelto, a pasos firmes, un ejemplo a seguir. Vive de manera extraordinaria con acciones que parecieran, sólo parecieran, ordinarias. Frases "Lo que más me afectó fue el comportamiento social. Ya no tenía amigos." "Mi papá decía que no tenía que dedicarme tiempo a mí para que yo estudiara, que mejor me fuera a la calle a pedir limosna o causar lástimas por la acera" "Si nos ponemos a reflexionar la etimología de las palabras, minusválido es una persona que vale menos, o inválido es persona que no vale. ¿Con qué cara le dices a alguien minusválido?" "De qué me sirve que existan banquetas adaptadas, si sobre la banqueta o en medio de la rampa habrá un coche o una alcantarilla abierta" EL INFORMADOR/ITESO/Nalleli Gómez Temas Discriminación Personas con discapacidad ITESO Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones