— Jumiles

Aunque no lo parezca, este asunto nada tiene que ver con la entomología —parte de la zoología que estudia los insectos— y sí con la Guadalajara actual y con sus (tómese la molestia el amable lector de colocar aquí el calificativo que, a su parecer, casa mejor con el sustantivo que viene a continuación) habitantes...

Los jumiles son unos insectos comestibles —especie de chinches con sabor a manzana o a canela, al decir de los “tacólatras”— que se dan y se consumen principalmente en los estados de Morelos y Guerrero. Tanto algunas leyendas prehispánicas como algún capítulo de la Guerra de Independencia, refieren historias de ejércitos sitiados durante meses en algún islote del ex Lago de Texcoco, o en algún cerro, que sobrevivieron a base de ingerir, precisamente, jumiles. En Taxco, en Cuautla y eventualmente en algunos mercados del Distrito Federal, se les vende tanto asados y condimentados con limón y sal, como vivos. Los sibaritas autóctonos aseveran que así, vivos, son mejores. Para expenderlos, se colocan en una bandeja provista de un cono de cartón, boca abajo, en medio. El espectáculo es curioso, aunque monótono: los jumiles tratan de trepar, y los congéneres que vienen detrás, tratando de hacer lo propio, los jalan y los derriban. Y así hasta el infinito.

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El asunto: hace tres años comenzó a hablarse de un proyecto inmobiliario “de Primer Mundo” denominado “Puerta Guadalajara”, a realizarse en la confluencia de la Calzada Independencia Norte con el Periférico. Constaría de 18 torres de departamentos de vivienda media: nueve de 25 y otras tantas de 35 pisos, más una de oficinas corporativas de 62 niveles, más un hotel, un centro comercial, otro cultural —con auditorio y museo incluidos— y un centro de convenciones. Todo, por supuesto, “de pura uva, no más...”.

¿Y...? Pues sucede, señor, que las autoridades municipales que tomaron posesión hace un mes, revisaron concesiones y convenios firmados por las anteriores, encontraron “irregularidades” en ellos y decidieron que el megaproyecto (publicitado con la grandilocuente frase de “Imaginemos hasta dónde queremos llegar; imaginemos una Guadalajara sin límites; imaginemos una ciudad de altura”), en el que se había embarcado un grupo de inversionistas españoles, podría archivarse y dejarse para mejor ocasión, y que, después de todo, nada tiene de indigno el corralón que hay actualmente en ese sitio.

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Colofón: habrá que esperar que cualquier comparación que perversamente quiera hacerse entre la índole de ciertos tapatíos y los jumiles que incesantemente se jalonean entre sí para impedir que los prójimos avancen, se interprete como mera coincidencia... para no ofender a los inofensivos jumiles.