Jalisco

— ‘‘Inmortales light’’

Si los afanes que se dedican a las banalidades se dedicaran a las cosas importantes, hace un largo rato que Guadalajara sería la gran ciudad que siempre ha soñado ser

A despecho de axiomas que en el curso de la historia han hecho “el paso de la muerte” entre la sabiduría y el humor (verbigracia: “Se murió nuestro padre San Francisco, y mal haya la falta que hizo...”; “Pa’ cadáver, el de Juárez; los demás son simples muertos...”), cualquiera capta que hay de muertos a muertos... y de vivos a vivos. En otras palabras, que en los dos lados de la frontera “hay castas”.

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Jalisco ya tiene entre sus timbres de orgullo —y motivo de envidia para el resto de la Creación—, su Rotonda de los Hombres (y ahora también mujeres: ¡qué se le va a hacer...!) Ilustres: espacio reservado —según San Lucas— a “personajes que han contribuido en grado heroico a la construcción de la Patria y el Estado”.

Sin ánimo de insistir en la obviedad de que en la susodicha Rotonda “Ni están todos los que son, ni son todos los que están”, ahora hay una novedad: una iniciativa del alcalde Aristóteles Sandoval y la regidora Gloria Rojas, de pedirles prestado un espacio a los patinadores cotidianos de la Avenida Chapultepec, para crear en la zona “El Paseo de las Estrellas”. La versión tapatía del “Hall de la Fama” de Hollywood y de las adaptaciones del mismo que existen ya en la Ciudad de México y en Tijuana, pretende “reconocer a las estrellas tapatías y jaliscienses en general, que hayan destacado en la industria del entretenimiento: teatro, cine, radio, televisión y música”.

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Al margen de la trivialidad del tema, de suyo no está mal la idea de “reconocer” a quienes, quizá sin contribuir de manera significativa —y aun “heroica”, como supuestamente lo han hecho los inquilinos de la Rotonda— a la grandeza de la Patria y el Estado, sí contribuyen en una medida estimable a la felicidad de sus habitantes, dándoles probaditas de cielo para que se olviden de que viven en el purgatorio —los que viven mejor—, estará, fatalmente, el asunto de los siempre discutibles criterios de selección. ¿Qué requisitos deben cubrir los candidatos? ¿Quién separará la paja del grano? ¿Quién ponderará los merecimientos y canonizará (en sentido figurado, desde luego) a los nuevos “inmortales light”?... ¿Quién, en suma, garantiza de que al rato no vayan a ser —con las debidas licencias del “Peje”— más los espurios que los legítimos?

En todo caso, sigue vigente la reflexión: si los afanes que se dedican a las banalidades se dedicaran a las cosas importantes, hace un largo rato que Guadalajara (y anexas, obviamente) sería la gran ciudad —y no sólo la ciudad grandota— que siempre ha soñado ser.

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