Jalisco
Ver con la piel, los oídos y el olfato
“Bernie” es músico y estudia Ciencias de la Comunicación en el ITESO. También imparte conferencias sobre la “Inclusión social hacia las personas con capacidades diferentes”
GUADALAJARA, JALISCO (29/NOV/10).- Bernardo sube al autobús. El chofer actúa con naturalidad al cobrarle el pasaje, pero detiene su mirada sorprendido. Observa la condición física de su pasajero y le dice: “Pásale machín, no hay bronca”. En seguida, rechaza el cupón de transvale y lo deja pasar sin cargo. Bernardo es ciego desde los cinco años de edad, pero eso no le impide pagar por el servicio de transporte como cualquier usuario.
Son pocas las ocasiones que no paga el servicio de transporte; casi siempre lo hace como todos, como cualquier estudiante de la Zona Metropolitana de Guadalajara, con la tarifa de un transvale. Sin embargo, agradecido con el conductor, toma uno de los asientos amarillos reservados para personas con capacidades diferentes.
“No me gusta usar estos asientos porque sé que hay personas que lo necesitan más que yo, pero ¿la verdad?, hoy voy algo cansado”, dice bromeando.
Bernardo Álvarez Plascencia sale de casa al amanecer para ir a estudiar al Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Recorre casi 80 minutos de trayecto. En la esquina espera un autobús de la ruta 207, en la que recorre una distancia mínima entre las calles de la colonia Lomas del Paraíso hasta el Periférico Norte.
Ese tramo es bastante corto para él: participó a principios de noviembre en el Maratón Baja 100, que consistió en correr 116 kilómetros del desierto de Mexicali en tres días.
La rutina
Son las 7:54 horas de la mañana. Los gallos cantan. Un auto corre velozmente como perseguido por el acelerado segundero. Detrás, un motociclista se esconde del frío, luego de que en esta zona se encuentra cerca la Barranca de Huentitán. “¡Zeta, zeta, zeta gas!”, una camioneta con tanques de gas pasa frente a Bernardo mientras éste libera un enorme bostezo. Siete días de “mal dormir” entre conferencias, preparativos, edición y conciertos, no son poco para soltar un bostezo de ese tamaño.
“Bernie”, como le dicen sus amigos, es músico y estudia Ciencias de la Comunicación en el ITESO. Además, imparte conferencias sobre la “Inclusión social hacia las personas con capacidades diferentes”.
8:04 horas. Entre la retahíla de charlas de autobús, Bernardo guarda silencio por momentos para percibir y prestar atención a ciertos puntos del trayecto. Lo que escucha a bordo del camión es como pasear en una carreta jalada por un caballo, pero encerrado en una caja. El barullo y los molestos movimientos aún le permiten conservar la noción de espacio y tiempo del sitio donde se encuentra. Faltan aún 50 metros para llegar al Periférico, y se pone de pie, agradece al chofer y baja, ahora está en un sitio que no puede ver, pero que conoce a la perfección.
Un poste, un puesto de tacos, autos circulando y unas escaleras es lo que debe cruzar para estar en el paradero de camiones, donde toma la ruta tal vez más popular de la ciudad, la 380. “Viaje, pasaje y agasaje”, es parte del coro en una canción de su autoría que narra sus “aventuras” en este derrotero.
Espera atento. El freno rápido y estruendoso de un camión le advierte que ha hecho parada. Las voces de las personas se ocultan detrás del sonoro escape del autobús. Subir sin ayuda no es fácil, “pero no es imposible”. Su bastón le auxilia a acercarse a la puerta y también a golpear (involuntariamente) a una que otra persona que se atraviesa en su lucha por trepar. Una mujer joven es víctima (involuntaria) de un par de “bastonazos”, ella voltea con rapidez un poco molesta, después sonríe apenada y lo deja subir.
Las miradas sorprendidas de algunos ojos aprendices observan el hecho como toda una hazaña. Para él no es más que algo cotidiano. Hay quienes ni siquiera se desvían para verlo, y cuando lo hacen, no titubean al entregar su lugar como señal de cortesía o quizá amabilidad lastimera.
“Hay gente bien chida que sin ninguna bronca a veces llega y me dice: ‘Que onda, ¿te ayudo a cruzar?’. Aunque casi no sucede, es más la gente que me ignora que la que me ayuda”, dice Bernardo.
Los baches, las cunetas, los movimientos, son los mismos a diario, es cuestión de memorizarlos. Si algo cambia tal vez se complique, pero no es “el fin del mundo”. Una vez arriba, Bernardo duda al “pedir la parada” al chofer y prefiere preguntar:
— ¿Aquí está la estación del tren?
El conductor, sin voltear a verlo, responde gritando:
— ¡Ya no hago parada en el tren, bajen de una vez!
Y Bernardo tiene que bajar.
Preguntar es siempre la primera herramienta cuando no conoces el lugar, señala. “Si tengo que ir a un lugar desconocido, siempre voy preguntando. Pero antes de subirme al camión ya tengo que llevar mucha información. ¿Dónde bajarme? ¿Qué señales hay? Etcétera”.
Tiene que recorrer dos largas cuadras entre boquetes, postes y anuncios para llegar sólo al cruce del Periférico frente a la estación del Tren Ligero. Su bastón le ayuda a mirar el suelo, pero le es imposible ver de la cintura para arriba. Debe estar alerta para evitar un accidente, observar con la piel, con los oídos, con el olfato.
“Quisiera hacer lo que Moisés en la Biblia, sólo que yo separaré los carros con mi bastón para cruzar”, dice sonriendo Bernardo cuando está en el cruce de avenida Federalismo y Periférico Norte. Por suerte ahí hay un semáforo auditivo, pero aún así el cruce es peligroso. “A veces me quedo atravesado, y pues ya mejor le sigo”, ríe.
Aroma a guisos
8:30 horas. Un aroma a guisos, tacos dorados, quesadillas y sopes, despierta su apetito. Hasta entonces era lo único que podía estar dormido, todo lo demás estaba tan agudo como la voz de una soprano.
El zumbido del semáforo se escucha. Es tiempo de cruzar. Corre siempre con el bastón oscilando de izquierda a derecha. Los tacones altos y negros de una mujer lo guían a las escaleras para acceder al tren ligero. La gente apilada en fila uno tras de otro, desesperada. El tren se va y aún no ha cruzado el torniquete. ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip!, se fue. Una voz se escucha:
— Transvales por el lado izquierdo.
Bernardo entra rápido por ahí.
Los muros son buenos amigos del joven estudiante siempre y cuando estén a su lado y no al frente. Con su bastón busca de inmediato el borde de la pared que lo acompañará hasta el último vagón. Éste es su sitio ideal para subir y bajar. “Aquí en el tren, a veces se convierte en una tortura, porque está hasta el ‘queque’ de gente”.
Sube la temperatura
El vagón sube de temperatura estación tras estación. Las corrientes de aire cambian de dirección. Estos signos le ayudan a saber el cupo de personas dentro. El trayecto es más rápido aunque la distancia sea más larga. El servicio que da el tren eléctrico es para Bernardo mucho más cómodo y amable que los demás transportes.
Periférico Sur. Baja rápidamente entre la gente, tan ligero que es la tercera persona en cruzar los torniquetes de salida.
Una vez más se enfrenta al ruidoso “monstruo” del Periférico, que poco cambia a pesar de estar en el extremo Sur de la ciudad de Guadalajara. Escucha el motor de un camión y apresura el paso mientras tropieza con los puestos callejeros que invaden la banqueta. Finalmente se acerca al camión y pregunta qué ruta es.
— Es la ruta 1 (le responden).
No está seguro si esa lo deja en el último puente por cruzar, el de su universidad. Vuelve a preguntar:
— ¿Me deja en el ITESO?
El chofer asiente con la voz y Bernardo sube. Son solo un par de minutos de trayecto, pero una señora insiste en darle su lugar. Él se niega.
En su travesía diaria por la ciudad Bernardo cree que “el apoyo de la gente es algo positivo, aunque puedo moverme sin ningún problema porque ya me he acostumbrado; es ‘bien padre’ cuando la gente se acerca y me ofrece su ayuda, pues me agiliza y facilita mis traslados porque ya no tengo que explorar el terreno y me confío plenamente a la persona”.
Última parada. Baja del autobús, con el bastón busca la escalera del puente peatonal; una vez que la encuentra apresura su caminar, pues son las nueve en punto y su primera clase ya comenzó. Así es el comienzo del día de “Bernie”, una de las más de 30 mil personas con discapacidad visual en Jalisco, de acuerdo con el último estudio del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática.
Para saber
En Jalisco, hay más de 30 mil invidentes y débiles visuales, de los cuales cerca de 70% no son económicamente activos. El motivo: la discriminación laboral y el nivel de instrucción educativa.
De total, 32.2% no tiene formación académica, mientras sólo 15.6% termina la primaria, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Otro dato importante es que 38.5% vive hacinado.
La principal causa de ceguera en México es la retinopatía diabética. Sin embargo, sólo 42.4% tiene acceso a servicios de salud, principalmente al Instituto Mexicano del Seguro Social.
FRASES
"Quisiera hacer lo que Moisés en la Biblia, sólo que yo separaría a los carros con mi bastón para cruzar las calles"
ITESO/EL INFORMADOR/ Esteban Contreras
Son pocas las ocasiones que no paga el servicio de transporte; casi siempre lo hace como todos, como cualquier estudiante de la Zona Metropolitana de Guadalajara, con la tarifa de un transvale. Sin embargo, agradecido con el conductor, toma uno de los asientos amarillos reservados para personas con capacidades diferentes.
“No me gusta usar estos asientos porque sé que hay personas que lo necesitan más que yo, pero ¿la verdad?, hoy voy algo cansado”, dice bromeando.
Bernardo Álvarez Plascencia sale de casa al amanecer para ir a estudiar al Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Recorre casi 80 minutos de trayecto. En la esquina espera un autobús de la ruta 207, en la que recorre una distancia mínima entre las calles de la colonia Lomas del Paraíso hasta el Periférico Norte.
Ese tramo es bastante corto para él: participó a principios de noviembre en el Maratón Baja 100, que consistió en correr 116 kilómetros del desierto de Mexicali en tres días.
La rutina
Son las 7:54 horas de la mañana. Los gallos cantan. Un auto corre velozmente como perseguido por el acelerado segundero. Detrás, un motociclista se esconde del frío, luego de que en esta zona se encuentra cerca la Barranca de Huentitán. “¡Zeta, zeta, zeta gas!”, una camioneta con tanques de gas pasa frente a Bernardo mientras éste libera un enorme bostezo. Siete días de “mal dormir” entre conferencias, preparativos, edición y conciertos, no son poco para soltar un bostezo de ese tamaño.
“Bernie”, como le dicen sus amigos, es músico y estudia Ciencias de la Comunicación en el ITESO. Además, imparte conferencias sobre la “Inclusión social hacia las personas con capacidades diferentes”.
8:04 horas. Entre la retahíla de charlas de autobús, Bernardo guarda silencio por momentos para percibir y prestar atención a ciertos puntos del trayecto. Lo que escucha a bordo del camión es como pasear en una carreta jalada por un caballo, pero encerrado en una caja. El barullo y los molestos movimientos aún le permiten conservar la noción de espacio y tiempo del sitio donde se encuentra. Faltan aún 50 metros para llegar al Periférico, y se pone de pie, agradece al chofer y baja, ahora está en un sitio que no puede ver, pero que conoce a la perfección.
Un poste, un puesto de tacos, autos circulando y unas escaleras es lo que debe cruzar para estar en el paradero de camiones, donde toma la ruta tal vez más popular de la ciudad, la 380. “Viaje, pasaje y agasaje”, es parte del coro en una canción de su autoría que narra sus “aventuras” en este derrotero.
Espera atento. El freno rápido y estruendoso de un camión le advierte que ha hecho parada. Las voces de las personas se ocultan detrás del sonoro escape del autobús. Subir sin ayuda no es fácil, “pero no es imposible”. Su bastón le auxilia a acercarse a la puerta y también a golpear (involuntariamente) a una que otra persona que se atraviesa en su lucha por trepar. Una mujer joven es víctima (involuntaria) de un par de “bastonazos”, ella voltea con rapidez un poco molesta, después sonríe apenada y lo deja subir.
Las miradas sorprendidas de algunos ojos aprendices observan el hecho como toda una hazaña. Para él no es más que algo cotidiano. Hay quienes ni siquiera se desvían para verlo, y cuando lo hacen, no titubean al entregar su lugar como señal de cortesía o quizá amabilidad lastimera.
“Hay gente bien chida que sin ninguna bronca a veces llega y me dice: ‘Que onda, ¿te ayudo a cruzar?’. Aunque casi no sucede, es más la gente que me ignora que la que me ayuda”, dice Bernardo.
Los baches, las cunetas, los movimientos, son los mismos a diario, es cuestión de memorizarlos. Si algo cambia tal vez se complique, pero no es “el fin del mundo”. Una vez arriba, Bernardo duda al “pedir la parada” al chofer y prefiere preguntar:
— ¿Aquí está la estación del tren?
El conductor, sin voltear a verlo, responde gritando:
— ¡Ya no hago parada en el tren, bajen de una vez!
Y Bernardo tiene que bajar.
Preguntar es siempre la primera herramienta cuando no conoces el lugar, señala. “Si tengo que ir a un lugar desconocido, siempre voy preguntando. Pero antes de subirme al camión ya tengo que llevar mucha información. ¿Dónde bajarme? ¿Qué señales hay? Etcétera”.
Tiene que recorrer dos largas cuadras entre boquetes, postes y anuncios para llegar sólo al cruce del Periférico frente a la estación del Tren Ligero. Su bastón le ayuda a mirar el suelo, pero le es imposible ver de la cintura para arriba. Debe estar alerta para evitar un accidente, observar con la piel, con los oídos, con el olfato.
“Quisiera hacer lo que Moisés en la Biblia, sólo que yo separaré los carros con mi bastón para cruzar”, dice sonriendo Bernardo cuando está en el cruce de avenida Federalismo y Periférico Norte. Por suerte ahí hay un semáforo auditivo, pero aún así el cruce es peligroso. “A veces me quedo atravesado, y pues ya mejor le sigo”, ríe.
Aroma a guisos
8:30 horas. Un aroma a guisos, tacos dorados, quesadillas y sopes, despierta su apetito. Hasta entonces era lo único que podía estar dormido, todo lo demás estaba tan agudo como la voz de una soprano.
El zumbido del semáforo se escucha. Es tiempo de cruzar. Corre siempre con el bastón oscilando de izquierda a derecha. Los tacones altos y negros de una mujer lo guían a las escaleras para acceder al tren ligero. La gente apilada en fila uno tras de otro, desesperada. El tren se va y aún no ha cruzado el torniquete. ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip!, se fue. Una voz se escucha:
— Transvales por el lado izquierdo.
Bernardo entra rápido por ahí.
Los muros son buenos amigos del joven estudiante siempre y cuando estén a su lado y no al frente. Con su bastón busca de inmediato el borde de la pared que lo acompañará hasta el último vagón. Éste es su sitio ideal para subir y bajar. “Aquí en el tren, a veces se convierte en una tortura, porque está hasta el ‘queque’ de gente”.
Sube la temperatura
El vagón sube de temperatura estación tras estación. Las corrientes de aire cambian de dirección. Estos signos le ayudan a saber el cupo de personas dentro. El trayecto es más rápido aunque la distancia sea más larga. El servicio que da el tren eléctrico es para Bernardo mucho más cómodo y amable que los demás transportes.
Periférico Sur. Baja rápidamente entre la gente, tan ligero que es la tercera persona en cruzar los torniquetes de salida.
Una vez más se enfrenta al ruidoso “monstruo” del Periférico, que poco cambia a pesar de estar en el extremo Sur de la ciudad de Guadalajara. Escucha el motor de un camión y apresura el paso mientras tropieza con los puestos callejeros que invaden la banqueta. Finalmente se acerca al camión y pregunta qué ruta es.
— Es la ruta 1 (le responden).
No está seguro si esa lo deja en el último puente por cruzar, el de su universidad. Vuelve a preguntar:
— ¿Me deja en el ITESO?
El chofer asiente con la voz y Bernardo sube. Son solo un par de minutos de trayecto, pero una señora insiste en darle su lugar. Él se niega.
En su travesía diaria por la ciudad Bernardo cree que “el apoyo de la gente es algo positivo, aunque puedo moverme sin ningún problema porque ya me he acostumbrado; es ‘bien padre’ cuando la gente se acerca y me ofrece su ayuda, pues me agiliza y facilita mis traslados porque ya no tengo que explorar el terreno y me confío plenamente a la persona”.
Última parada. Baja del autobús, con el bastón busca la escalera del puente peatonal; una vez que la encuentra apresura su caminar, pues son las nueve en punto y su primera clase ya comenzó. Así es el comienzo del día de “Bernie”, una de las más de 30 mil personas con discapacidad visual en Jalisco, de acuerdo con el último estudio del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática.
Para saber
En Jalisco, hay más de 30 mil invidentes y débiles visuales, de los cuales cerca de 70% no son económicamente activos. El motivo: la discriminación laboral y el nivel de instrucción educativa.
De total, 32.2% no tiene formación académica, mientras sólo 15.6% termina la primaria, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Otro dato importante es que 38.5% vive hacinado.
La principal causa de ceguera en México es la retinopatía diabética. Sin embargo, sólo 42.4% tiene acceso a servicios de salud, principalmente al Instituto Mexicano del Seguro Social.
FRASES
"Quisiera hacer lo que Moisés en la Biblia, sólo que yo separaría a los carros con mi bastón para cruzar las calles"
ITESO/EL INFORMADOR/ Esteban Contreras