México
Muere Jesús Dilla Gutiérrez, canciller y cónsul de España
Compartía sus aficiones con sus amigos tapatíos, en gratas reuniones que se repetían en su casa
CIUDAD DE MÉXICO.-Ha dejado este mundo un hombre extraordinario en toda la extensión de la palabra: Jesús Dilla (1938-2009), como era conocido entre sus amigos, fue un abogado, funcionario del Estado español, diplomático, humanista y promotor de la cultura hispánica a lo largo de su fructífera vida profesional. El espíritu de servicio lo trajo a nuestra ciudad, en donde durante 17 años se desempeñó como canciller y cónsul en funciones en el Consulado de España en Guadalajara.
Con su calidad humana cultivó la amistad de un gran número de mexicanos que gozamos de su cordial atención, en compañía de su inseparable esposa Doris, con la que departió una trayectoria plena de realizaciones. La afición taurina, la conversación amena en una mesa bien puesta y la alegría de vivir que compartía con frecuencia y regularidad, lo hicieron un personaje imprescindible en la vida pública de nuestra ciudad y del Estado, al grado que sus buenos oficios siempre deparaban hechos que fortalecieron las relaciones entre México y España, sea en asuntos políticos, como su colaboración en la Primera Cumbre Iberoamericana de 1991, celebrada en el Instituto Cabañas; en asuntos culturales, como las innumerables exposiciones,
conferencias, presentaciones y otros actos promovidos desde el consulado ubicado en avenida Vallarta, y su contribución para la creación de la Feria Internacional del Libro, como en el servicio a sus compatriotas y a los nuestros, en toda clase de gestiones consulares en una demarcación que comprende 14 estados del país.
Mención especial merece su participación altruista en las explosiones del 22 de abril, de infausta memoria, en donde prestó sus servicios de manera notable. Su prestancia en temas educativos y culturales lo convirtió en un promotor para que estudiantes mexicanos fueran a prepararse a las universidades españolas, gestionando inscripciones y becas, de las que muchos fuimos beneficiarios. El Estado español le reconoció sus servicios otorgándole condecoraciones de la Orden de Isabel la Católica en grado de comendador de número, y el reconocimiento al mérito civil.
Compartía sus aficiones con sus amigos tapatíos, en gratas reuniones que se repetían en su casa, a donde se daban cita políticos de la época en la que fueron gobernadores Flavio Romero de Velasco, Alberto Orozco Romero, Enrique Álvarez del Castillo, Guillermo Cosío Vidaurri y Alberto Cárdenas Jiménez; académicos, quienes disfrutaron de la gastronomía alemana preparada por Doris; empresarios y, sobre todo, hombres inquietos por la vida hispánica; ahí estuvieron: Juan López el cronista, Miguel Ángel Domínguez Morales, Eugenio Ruiz Orozco, Luis Martínez Rivera, Guillermo García Oropeza, Enrique Romero González, Juan José Gómez Sáinz; Miguel Ángel López Sáinz; Manuel López Garmendia, José Luis Aguirre Anguiano, José Gil, Ramón Esutrau Calvo, Santiago Martínez Saez, Juan Enríquez Reyes, Luis Salomón y el que fue su fiel pupilo Francisco Lara Castro.
Jesús Dilla dejó nuestra ciudad en el año 1997, para retirarse en su querida Alicante, en donde pasó sus últimos años, y recibió la visita cariñosa de muchos mexicanos, que fuimos a rendir tributo a la amistad perdurable en el tiempo y la distancia.
Se fue mirando al Mediterráneo, apaciblemente, en la Albufereta, rodeado de su familia y amigos. Queda un espacio vacío irreparablemente en la Plaza de Toros, en el restaurante Riscal de su gran amigo Helio Estevez, en su oficina con grandes ventanas y banderas hispanas; queda pendiente un brindis con vino Cune reserva, pero sobre todo queda un espacio en el corazón de sus amigos.
Con su calidad humana cultivó la amistad de un gran número de mexicanos que gozamos de su cordial atención, en compañía de su inseparable esposa Doris, con la que departió una trayectoria plena de realizaciones. La afición taurina, la conversación amena en una mesa bien puesta y la alegría de vivir que compartía con frecuencia y regularidad, lo hicieron un personaje imprescindible en la vida pública de nuestra ciudad y del Estado, al grado que sus buenos oficios siempre deparaban hechos que fortalecieron las relaciones entre México y España, sea en asuntos políticos, como su colaboración en la Primera Cumbre Iberoamericana de 1991, celebrada en el Instituto Cabañas; en asuntos culturales, como las innumerables exposiciones,
conferencias, presentaciones y otros actos promovidos desde el consulado ubicado en avenida Vallarta, y su contribución para la creación de la Feria Internacional del Libro, como en el servicio a sus compatriotas y a los nuestros, en toda clase de gestiones consulares en una demarcación que comprende 14 estados del país.
Mención especial merece su participación altruista en las explosiones del 22 de abril, de infausta memoria, en donde prestó sus servicios de manera notable. Su prestancia en temas educativos y culturales lo convirtió en un promotor para que estudiantes mexicanos fueran a prepararse a las universidades españolas, gestionando inscripciones y becas, de las que muchos fuimos beneficiarios. El Estado español le reconoció sus servicios otorgándole condecoraciones de la Orden de Isabel la Católica en grado de comendador de número, y el reconocimiento al mérito civil.
Compartía sus aficiones con sus amigos tapatíos, en gratas reuniones que se repetían en su casa, a donde se daban cita políticos de la época en la que fueron gobernadores Flavio Romero de Velasco, Alberto Orozco Romero, Enrique Álvarez del Castillo, Guillermo Cosío Vidaurri y Alberto Cárdenas Jiménez; académicos, quienes disfrutaron de la gastronomía alemana preparada por Doris; empresarios y, sobre todo, hombres inquietos por la vida hispánica; ahí estuvieron: Juan López el cronista, Miguel Ángel Domínguez Morales, Eugenio Ruiz Orozco, Luis Martínez Rivera, Guillermo García Oropeza, Enrique Romero González, Juan José Gómez Sáinz; Miguel Ángel López Sáinz; Manuel López Garmendia, José Luis Aguirre Anguiano, José Gil, Ramón Esutrau Calvo, Santiago Martínez Saez, Juan Enríquez Reyes, Luis Salomón y el que fue su fiel pupilo Francisco Lara Castro.
Jesús Dilla dejó nuestra ciudad en el año 1997, para retirarse en su querida Alicante, en donde pasó sus últimos años, y recibió la visita cariñosa de muchos mexicanos, que fuimos a rendir tributo a la amistad perdurable en el tiempo y la distancia.
Se fue mirando al Mediterráneo, apaciblemente, en la Albufereta, rodeado de su familia y amigos. Queda un espacio vacío irreparablemente en la Plaza de Toros, en el restaurante Riscal de su gran amigo Helio Estevez, en su oficina con grandes ventanas y banderas hispanas; queda pendiente un brindis con vino Cune reserva, pero sobre todo queda un espacio en el corazón de sus amigos.