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Mordidas que valen la pena
Aunque incomprendida, 'Pollo loco' continúa con su labor de dar amor a los perros que rescata de la calle
GUADALAJARA, JALISCO (11/ENE/2015).- A “Pollo loco” no le importa que la miren con desagrado cuando se acerca a un bulto pulgoso, maloliente y con sarna. Esta mujer no se intimida ante el latente riesgo de que un par de colmillos se claven en rostro, manos o piernas.
“Pollo loco” sabe lo que hace. Esta mujer es rescatista de perros en situación de calle y violencia. Pero no es cualquier apasionada a los canes. Su amor y respeto por los animales ha rebasado sus limitantes físicas y económicas. Ha ganado amigos que le ayudan con la labor de alimentación y adopción, pero también tiene presente a enemigos que, lejos de “echarle una pata”, la juzgan y presionan para que renuncie a su vocación.
La historia de “Pollo loco” no es fácil de contar. Las razones que la llevaron a las calles en busca de perros maltratados son tan dolorosas como la crueldad con la que se topa cuando ve a un can moribundo y convertido en un costal de huesos sin fuerzas para ladrar.
“Pollo loco” prefiere el anonimato, pero a través de la redes sociales ha encontrado una fuente para compartir historias de perros hacinados en casas abandonadas, de hembras que embarazadas son arrojadas a las grandes avenidas, de cachorros que apenas comenzaron a crecer, fueron soltados a su suerte de la calle.
La casa de “Pollo loco” se ha transformado en un paraíso llamado “Huellitas de amor”, en donde a pesar de la crisis económica —el salario que recibe como auxiliar de educadora es reducido—, nunca falta comida para sus perros, cada uno bautizado en referencia a la circunstancia de la que los salvó.
“Yo no sé por qué los perros me llaman; a veces creo que tengo un sexto sentido, me encuentro perros abandonados en cada esquina”.
Del dolor también se aprende
La vida es complicada para “Pollo loco” y aunque sus manos y piernas se tuercen de dolor por la artritis reumatoide que padece, la enfermedad que la aqueja desde dos años no es impedimento para que se siente frente a la máquina de coser y confeccione camas y ropa para los perros.
Con lo que vende esta mujer costea los 10 costales de croquetas que mensualmente necesitan sus peludos compañeros, lo que representa un gasto de dos mil 500 pesos —su sueldo mensual es de cuatro mil pesos—.
A la rescatista no le importa el dolor físico ni las pericias económicas que hace, pues la compañía de sus perros hacen que el alma se le nutra y olvide los pesares que arrastra desde la infancia, época en la que comprendió que un can era capaz de hacerle olvidar el maltrato que sufrió en su hogar. Lo recuerda claramente: fue una niña golpeada. Una niña de siete años que huía de la violencia refugiándose en las patas de su perro.
“Corría a mi cuarto y me sentaba en un rincón a llorar. Mi perrito era el único que estaba ahí besándome, acompañándome. Yo tenía mucho miedo, pero esa mascota me ayudaba a quitarme la tristeza. A partir de ahí amé a los perros”, revela “Pollo loco” haciendo referencia a ese primer perro que llegó a su vida: “Terry”.
La soledad con la que creció la motivó a sensibilizarse con los animales abandonados. A los 12 años, la rescatista comenzó a alimentar a perros de la calle y aunque su madre nunca aceptó tener a un can ajeno en casa, ella jamás dejó de ofrecerles un poco de agua a los seis animales que se agrupaban en la puerta de su hogar.
Con la pena de tener que abandonar su casa a los 21 años de edad, “Pollo loco” tuvo otra difícil prueba con el embarazo de su hijo, que siendo un nacido prematuro, complicó las posibilidades de seguir con los rescates callejeros, además de no tener un techo propio ni un peso en la cartera.
En el camino
A veces no es posible dar albergue a todos los perros que se cruzan en su camino, pero “Pollo loco” intenta ubicarlos en un hogar digno al promover la adopción a través de las redes sociales, después de que ella asume los gastos que implican la rehabilitación y medicinas que los animales necesitan.
Confiesa que es una tarea que también le causa tragos amargos, luego de que muchos de los “interesados” en ayudar no cumplen el compromiso y la dejan.
La rescatista sabe que su condición como defensora de la vida animal también se ha malinterpretado, pues quienes ubican su domicilio no dudan en dejarle perros sin previo aviso. Solamente los abandonan silenciosamente y desaparecen.
Esta mujer asegura que esa no es la intención de “Huellitas de amor”, que paulatinamente fue creciendo ante la cantidad de perros que recogía de regreso a casa, al ir a la tienda, al manejar por la carretera e incluso, ya rumbo a sus labores profesionales.
“Una vez rescaté una perrita cerca del trabajo, le veía la panza de embarazada y me mortificaba al no saber dónde la pondría en mi casa. Un día no aguanté, porque en el cruce de Periférico y Federalismo la gente es muy mala y hacen cosas muy feas con los perros. Fui a recogerla y al día siguiente nacieron 13 cachorros”.
Así es como han llegado atropellados, llenos de tumores, lastimados, desnutridos, con las patas quemadas en ácido y envueltos en rastras. Entre risas, “Pollo loca” confiesa que hasta se ha metido a casas sin permiso, solamente para rescatar a perros que han permanecido más de un año amarrados por una cadena y sobreviviendo milagrosamente sin comida y sin agua.
El respeto a la vida
“Mucha gente me dice que duerma a los perros, pero no. Yo no rescato a los perros de esos infiernos para quitarles algo que yo no les di, que es la vida”, dice “Pollo loco” conteniendo con impotencia las lágrimas pero sin dejar de acariciar a la docena de perros que han salido a su encuentro, justo en el centro de su sala.
Los perros pelean por ser quienes acaparen la atención de su salvadora. Ladran, corren, saltan y no paran de sacudir alegremente sus colas. La rescatista confiesa que aunque la mayoría de sus ahora mascotas han llegado con traumas emocionales muy severos y agresivos, una vez que ingresan a “Huellitas de amor” se transforman en canes pacíficos que conviven en armonía, hasta esas razas catalogadas como violentas y peligrosas.
La salud de “Pollo loco” en un riesgo constante y pese a que ha durado semanas sin poder acercarse a sus perros por lo complejo de su estado, esta mujer confía en que poco a poco la sociedad tenga más conciencia de ayudar a los rescatistas, de incrementar la cultura de adopción, o al menos de no abandonar a los canes a la suerte callejera.
“Yo agradezco a mi hijo, porque él también cuida a los perros, los baña, les da de comer, me ayuda a rescatarlos”.
“Pollo loco” sabe lo que hace. Esta mujer es rescatista de perros en situación de calle y violencia. Pero no es cualquier apasionada a los canes. Su amor y respeto por los animales ha rebasado sus limitantes físicas y económicas. Ha ganado amigos que le ayudan con la labor de alimentación y adopción, pero también tiene presente a enemigos que, lejos de “echarle una pata”, la juzgan y presionan para que renuncie a su vocación.
La historia de “Pollo loco” no es fácil de contar. Las razones que la llevaron a las calles en busca de perros maltratados son tan dolorosas como la crueldad con la que se topa cuando ve a un can moribundo y convertido en un costal de huesos sin fuerzas para ladrar.
“Pollo loco” prefiere el anonimato, pero a través de la redes sociales ha encontrado una fuente para compartir historias de perros hacinados en casas abandonadas, de hembras que embarazadas son arrojadas a las grandes avenidas, de cachorros que apenas comenzaron a crecer, fueron soltados a su suerte de la calle.
La casa de “Pollo loco” se ha transformado en un paraíso llamado “Huellitas de amor”, en donde a pesar de la crisis económica —el salario que recibe como auxiliar de educadora es reducido—, nunca falta comida para sus perros, cada uno bautizado en referencia a la circunstancia de la que los salvó.
“Yo no sé por qué los perros me llaman; a veces creo que tengo un sexto sentido, me encuentro perros abandonados en cada esquina”.
Del dolor también se aprende
La vida es complicada para “Pollo loco” y aunque sus manos y piernas se tuercen de dolor por la artritis reumatoide que padece, la enfermedad que la aqueja desde dos años no es impedimento para que se siente frente a la máquina de coser y confeccione camas y ropa para los perros.
Con lo que vende esta mujer costea los 10 costales de croquetas que mensualmente necesitan sus peludos compañeros, lo que representa un gasto de dos mil 500 pesos —su sueldo mensual es de cuatro mil pesos—.
A la rescatista no le importa el dolor físico ni las pericias económicas que hace, pues la compañía de sus perros hacen que el alma se le nutra y olvide los pesares que arrastra desde la infancia, época en la que comprendió que un can era capaz de hacerle olvidar el maltrato que sufrió en su hogar. Lo recuerda claramente: fue una niña golpeada. Una niña de siete años que huía de la violencia refugiándose en las patas de su perro.
“Corría a mi cuarto y me sentaba en un rincón a llorar. Mi perrito era el único que estaba ahí besándome, acompañándome. Yo tenía mucho miedo, pero esa mascota me ayudaba a quitarme la tristeza. A partir de ahí amé a los perros”, revela “Pollo loco” haciendo referencia a ese primer perro que llegó a su vida: “Terry”.
La soledad con la que creció la motivó a sensibilizarse con los animales abandonados. A los 12 años, la rescatista comenzó a alimentar a perros de la calle y aunque su madre nunca aceptó tener a un can ajeno en casa, ella jamás dejó de ofrecerles un poco de agua a los seis animales que se agrupaban en la puerta de su hogar.
Con la pena de tener que abandonar su casa a los 21 años de edad, “Pollo loco” tuvo otra difícil prueba con el embarazo de su hijo, que siendo un nacido prematuro, complicó las posibilidades de seguir con los rescates callejeros, además de no tener un techo propio ni un peso en la cartera.
En el camino
A veces no es posible dar albergue a todos los perros que se cruzan en su camino, pero “Pollo loco” intenta ubicarlos en un hogar digno al promover la adopción a través de las redes sociales, después de que ella asume los gastos que implican la rehabilitación y medicinas que los animales necesitan.
Confiesa que es una tarea que también le causa tragos amargos, luego de que muchos de los “interesados” en ayudar no cumplen el compromiso y la dejan.
La rescatista sabe que su condición como defensora de la vida animal también se ha malinterpretado, pues quienes ubican su domicilio no dudan en dejarle perros sin previo aviso. Solamente los abandonan silenciosamente y desaparecen.
Esta mujer asegura que esa no es la intención de “Huellitas de amor”, que paulatinamente fue creciendo ante la cantidad de perros que recogía de regreso a casa, al ir a la tienda, al manejar por la carretera e incluso, ya rumbo a sus labores profesionales.
“Una vez rescaté una perrita cerca del trabajo, le veía la panza de embarazada y me mortificaba al no saber dónde la pondría en mi casa. Un día no aguanté, porque en el cruce de Periférico y Federalismo la gente es muy mala y hacen cosas muy feas con los perros. Fui a recogerla y al día siguiente nacieron 13 cachorros”.
Así es como han llegado atropellados, llenos de tumores, lastimados, desnutridos, con las patas quemadas en ácido y envueltos en rastras. Entre risas, “Pollo loca” confiesa que hasta se ha metido a casas sin permiso, solamente para rescatar a perros que han permanecido más de un año amarrados por una cadena y sobreviviendo milagrosamente sin comida y sin agua.
El respeto a la vida
“Mucha gente me dice que duerma a los perros, pero no. Yo no rescato a los perros de esos infiernos para quitarles algo que yo no les di, que es la vida”, dice “Pollo loco” conteniendo con impotencia las lágrimas pero sin dejar de acariciar a la docena de perros que han salido a su encuentro, justo en el centro de su sala.
Los perros pelean por ser quienes acaparen la atención de su salvadora. Ladran, corren, saltan y no paran de sacudir alegremente sus colas. La rescatista confiesa que aunque la mayoría de sus ahora mascotas han llegado con traumas emocionales muy severos y agresivos, una vez que ingresan a “Huellitas de amor” se transforman en canes pacíficos que conviven en armonía, hasta esas razas catalogadas como violentas y peligrosas.
La salud de “Pollo loco” en un riesgo constante y pese a que ha durado semanas sin poder acercarse a sus perros por lo complejo de su estado, esta mujer confía en que poco a poco la sociedad tenga más conciencia de ayudar a los rescatistas, de incrementar la cultura de adopción, o al menos de no abandonar a los canes a la suerte callejera.
“Yo agradezco a mi hijo, porque él también cuida a los perros, los baña, les da de comer, me ayuda a rescatarlos”.