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Niño, murciélago, deshidratado y sin honor
Portar el traje de Batman no es fácil, menos si es de poliéster con músculos de poliuretano
GUADALAJARA, JALISCO (04/MAY/2014).- ''Feuer von fernhalten und wärme'', dice el trajesazo de caballero de la noche que el tío Eloy le mandó a Leonardo desde Houston. Significa: “mantener alejado del fuego y el calor”, pero Leonardo qué iba a saber de alemán si en 2012 tenía nueve años de vida, apenas leía en español, y en español la etiqueta nomás dice: “Lavar a mano con agua fría. No usar blanqueador. No planchar”. O tal vez el detalle fue que los chinos que fabricaron el vestuario no imaginaban dónde acabaría su producto; en Guadalajara, un 29 de julio de 2012. Verano puro y duro en tiempos del cambio climático.
Aquel día, jueves, más cualquier otra cosa en la vida Leonardo deseaba usar por primera vez el trajerón, cuando fuera a ver ''Batman: el caballero de la noche''.
Su tío se ofreció para llevarlo al cine y hasta le pagó la entrada.
El sueño estaba por cumplirse y se cumplió. A las tres de la tarde, en horario de verano, Leonardo se enfundó en el negrísimo disfraz del hombre murciélago talla 10, de manga larga, con espolones en los puños como los que usan los gallos de pelea, nomás que en el caso de Batman son para partirle toda la cara a los malosos.
Así, cuando llegó al Centro Magno, como a las tres y media, Leonardo se sentía muy Christian Bale, muy sácalepunta con el traje nuevo.
Su sentimiento se reforzaba porque el resto de los niños vestía como simples mortales. A él, en cambio, se le quedaban viendo hasta las muchachas grandes, las que van al cine con el novio. Leonardo pensó que así debió sentirse el niño que durante el estreno de ''Harry Potter y las reliquias de la muerte 1'' iba vestido del mismísimo Potter y, un año antes, inspiró a Leonardo para disfrazarse de Batman.
La tortura empezó a la mitad de la película. Para esas horas Leonardo ya se había quitado la máscara porque sintió que iba a morir de asfixia. Por dignidad y sin hablarlo con a quien más confianza le tenía quiso conservar el traje 100 por ciento de poliéster, muy abundante en músculos de poliuretano.
Antes ir al cine el tío no lo llevó a comer y como ya le había pagado el boleto de entrada tampoco quiso gastar en la botella de agua. Sin sólidos ni líquidos en el cuerpo, Leonardo empezó a ponerse en estado gaseoso. Estaba encerrado en un sauna con forma de superhéroe, con un murciélago de fomi en el pecho y espolones de plástico duro en cada brazo.
Nunca supo si vio la película completa ni si la entendió, aunque era en dolby stereo y estaba doblada en español —dicen que el hambre y la deshidratación afectan el cerebro—. Cuando ''The End'' apareció en la pantalla, Leo había perdido sabrá Dios cuántos electrolitos. El traje se había rebelado en su contra. Era peor enemigo para el niño que Bane para Batman.
Pero lo peor vino cuando las luces se encendieron y Leonardo empezó a poner cara de enfermo terminal. Su tío, al ver que el sobrino era un jitomate remojado en salmuera, reaccionó de veras compasivo: “¡Ya ni la friegas! ¡Cómo se te ocurre venirte así! ¡Si te enfermas que a mí ni me echen la culpa! Y por las mismas andaba su madre, que había llegado a recogerlo a la salida del cine: “¡Quítalelo en friega [en realidad usó la otra altisonante] ¡O’verás! ¡Llegando a la casa estás castigado!”.
Anoche Leonardo sacó el traje de una bolsa de plástico arrumbada en el fondo de uno de sus closets de su casa, en la colonia Arboledas de Zapopan. Nunca se lo volvió a poner desde el 29 de julio de 2012. Le agarró tanto coraje al disfraz que ni siquiera volvió a preguntar por él. Todavía anoche se acordó de la fecha exacta de su aventura —de sudor y lágrimas— dentro de la piel de Batman y de cómo acabó aquel jueves: deshidratado y bajo una lluvia de cocolazos de su progenitora. Si ser Batman no es fácil, bien que lo sabe Leonardo.
Aquel día, jueves, más cualquier otra cosa en la vida Leonardo deseaba usar por primera vez el trajerón, cuando fuera a ver ''Batman: el caballero de la noche''.
Su tío se ofreció para llevarlo al cine y hasta le pagó la entrada.
El sueño estaba por cumplirse y se cumplió. A las tres de la tarde, en horario de verano, Leonardo se enfundó en el negrísimo disfraz del hombre murciélago talla 10, de manga larga, con espolones en los puños como los que usan los gallos de pelea, nomás que en el caso de Batman son para partirle toda la cara a los malosos.
Así, cuando llegó al Centro Magno, como a las tres y media, Leonardo se sentía muy Christian Bale, muy sácalepunta con el traje nuevo.
Su sentimiento se reforzaba porque el resto de los niños vestía como simples mortales. A él, en cambio, se le quedaban viendo hasta las muchachas grandes, las que van al cine con el novio. Leonardo pensó que así debió sentirse el niño que durante el estreno de ''Harry Potter y las reliquias de la muerte 1'' iba vestido del mismísimo Potter y, un año antes, inspiró a Leonardo para disfrazarse de Batman.
La tortura empezó a la mitad de la película. Para esas horas Leonardo ya se había quitado la máscara porque sintió que iba a morir de asfixia. Por dignidad y sin hablarlo con a quien más confianza le tenía quiso conservar el traje 100 por ciento de poliéster, muy abundante en músculos de poliuretano.
Antes ir al cine el tío no lo llevó a comer y como ya le había pagado el boleto de entrada tampoco quiso gastar en la botella de agua. Sin sólidos ni líquidos en el cuerpo, Leonardo empezó a ponerse en estado gaseoso. Estaba encerrado en un sauna con forma de superhéroe, con un murciélago de fomi en el pecho y espolones de plástico duro en cada brazo.
Nunca supo si vio la película completa ni si la entendió, aunque era en dolby stereo y estaba doblada en español —dicen que el hambre y la deshidratación afectan el cerebro—. Cuando ''The End'' apareció en la pantalla, Leo había perdido sabrá Dios cuántos electrolitos. El traje se había rebelado en su contra. Era peor enemigo para el niño que Bane para Batman.
Pero lo peor vino cuando las luces se encendieron y Leonardo empezó a poner cara de enfermo terminal. Su tío, al ver que el sobrino era un jitomate remojado en salmuera, reaccionó de veras compasivo: “¡Ya ni la friegas! ¡Cómo se te ocurre venirte así! ¡Si te enfermas que a mí ni me echen la culpa! Y por las mismas andaba su madre, que había llegado a recogerlo a la salida del cine: “¡Quítalelo en friega [en realidad usó la otra altisonante] ¡O’verás! ¡Llegando a la casa estás castigado!”.
Anoche Leonardo sacó el traje de una bolsa de plástico arrumbada en el fondo de uno de sus closets de su casa, en la colonia Arboledas de Zapopan. Nunca se lo volvió a poner desde el 29 de julio de 2012. Le agarró tanto coraje al disfraz que ni siquiera volvió a preguntar por él. Todavía anoche se acordó de la fecha exacta de su aventura —de sudor y lágrimas— dentro de la piel de Batman y de cómo acabó aquel jueves: deshidratado y bajo una lluvia de cocolazos de su progenitora. Si ser Batman no es fácil, bien que lo sabe Leonardo.