Cultura

Álvaro Montelongo y la memoria del cuerpo

A sus 29 años, el bailarín y coreógrafo consolida una trayectoria internacional y prepara nuevos proyectos que buscan sembrar preguntas sobre identidad y sensibilidad

Desde niño, el movimiento fue para Álvaro Montelongo Alí Modad una forma natural de estar en el mundo. Antes de saber nombrarlo como danza, su cuerpo ya hablaba. Hoy, con una trayectoria que cruza el ballet, la danza contemporánea, el teatro musical, la coreografía, la producción y el canto, el artista mira hacia atrás y reconoce que ese impulso inicial -intuitivo, casi instintivo- fue el punto de partida de una carrera que se ha ido complejizando con los años, sin perder su eje central: la búsqueda de una verdad interior que se active a través del arte.

Bailarín, cantante, coreógrafo y productor, Álvaro ha formado parte de la reconocida compañía AlonzoKingLINES Ballet y ha encabezado tres producciones independientes: “Incipiens” (2015), “Óyeme con los ojos” (2017) y “ROOTED” (2019). Su formación es amplia y diversa. Inició su camino en la Academia de Danza Doris Topete, continuó en ProVer, The Sarasota Cuban Ballet School y The Ailey School, y se graduó con un BFA in Dance por la University of Southern California (USC), en Los Ángeles. En escena, su cuerpo transita con soltura entre el ballet, el contemporáneo, el jazz y lo urbano; en paralelo, ha desarrollado su voz a través de clases particulares de canto con maestros como Landon Shaw, Julia Gershkof, Yunior Medrano y María Palomar.

Ese recorrido no fue lineal. Su primera clase formal de danza ocurrió a los ocho años y estuvo cargada de emociones encontradas. “Al principio lloré porque sentía que estaba haciendo algo así como rompiendo las reglas”, recuerda en entrevista con EL INFORMADOR, consciente del peso de los estereotipos que aún atraviesan la formación infantil. Sin embargo, el movimiento le resultaba tan natural que pronto dejó de cuestionarse si pertenecía o no a ese espacio. “Yo siempre lo describo como el pez es el último que sabe que está dentro del agua. Entonces, era muy natural para mí moverme”.

Un recuerdo escolar terminó de encender la chispa. En el Instituto de Ciencias, un maestro de danza propuso un ejercicio que marcaría su memoria. “Me acuerdo de que nos enseñó ‘Thriller’ (Michael Jackson) … yo estaba feliz. Ese maestro fue el que les dijo a mis papás que me metieran a bailar”. Aquello se convirtió en un primer empujón hacia una vocación que, con el tiempo, exigiría disciplina, constancia y sacrificios.

En la Academia de Doris Topete, donde permaneció dos años, encontró un espacio de reconocimiento. “Creo que validó este sentimiento de que era algo que me gustaba y algo en lo que era bueno… empecé a ir a competencias y empezaron a ver resultados, entonces encontré mi lugar”. Más adelante vendrían las dudas, los quiebres y las pausas. Una derrota en competencia lo llevó a alejarse temporalmente de la danza; luego, una mudanza familiar a Canadá y el reencuentro fortuito con un salón de baile lo regresaron al camino.

El artista se formó en academias de México, Estados Unidos y Canadá, experiencia que amplió su técnica y su visión escénica. EL INFORMADOR/A. NAVARRO

El teatro musical apareció entonces como una revelación. Integrarse a cursos de verano y montajes como “Across the Universe” despertó una obsesión por los musicales y abrió nuevas puertas. “Escuchaba ‘Rent’ (Obra de teatro de Jonathan Larson) todos los días, veía ‘Cats’, trailers de ‘El Rey León’… me encantaba”. Fue también el momento en el que entendió que el ballet podía ser una herramienta para fortalecer otros lenguajes. “Me dijeron: ‘Métete a ballet para que hagas mejor tu contemporáneo’”, y esa decisión terminaría redefiniendo su futuro profesional.

Convencido de que quería dedicarse a la danza de manera profesional, dejó la preparatoria y se trasladó a Córdoba, Veracruz, para entrenar con Adria Velázquez. Más tarde obtuvo una beca para The Sarasota Cuban Ballet School, en Florida, y participó en Youth America Grand Prix, la competencia internacional de ballet, donde llegó a finales en Nueva York. Las ofertas no tardaron en aparecer, pero una audición en la escuela de Alvin Ailey terminó por inclinar la balanza. “Yo decía: ‘les voy a demostrar que voy a hacer ballet’, y mi mamá me recordaba que había entrado para bailar contemporáneo”.

El ingreso a Kaufman School of Dance, en la USC, marcó un punto de inflexión. Ahí no solo perfeccionó su técnica, sino que amplió su mirada. “Ya no era solo ejecutar pasos en el escenario. Empecé a percibir la danza desde un contexto cultural… cómo las normas sociales crean el movimiento de las culturas”. Clases de composición, discusiones sobre el rol social del bailarín, microeconomía, teatro y negocios le permitieron pensar la danza como una práctica artística inserta en la sociedad: “Me abrió el panorama”.

Tras graduarse, se integró al AlonzoKingLINES Ballet, en San Francisco, donde bailó obras de coreógrafos fundamentales del ballet contemporáneo. De esa experiencia conserva una enseñanza clara. “Alonzo King me enseñó poder”, dice, al resumir una etapa que consolidó su presencia escénica y su madurez artística.

Hoy, además de bailar, Álvaro escribe y crea obras de danza. Dos ya han visto la luz y una tercera se encuentra en proceso. El hilo conductor es constante. “Mi tema central siempre es acercar a la gente a su verdad interior… que haya una chispa de ‘ok, hay una verdad dentro de mí que puedo acceder’”. Para él, la danza es una vía para germinar esa semilla que, a veces, permanece oculta.

Al pensar en las figuras que han marcado su camino, sintetiza cada aprendizaje. De Martha Sagún, impulsora de proyectos formativos en Córdoba, aprendió “haz que suceda”; de Adria Velázquez, la constancia; de Ariel Serrano, la pasión; de la escuela de Alvin Ailey, la grandeza; de Jodie Gates, la visión; de Doris Topete, la disciplina. A sus padres les adjudica valores esenciales: claridad y la búsqueda del “cómo sí”.

Actualmente, Álvaro Montelongo alterna la interpretación con la escritura y el desarrollo de nuevas obras coreográficas. EL INFORMADOR/A. NAVARRO

Vuelve a Guadalajara para sembrar futuro

Guadalajara, ciudad a la que regresa constantemente, ocupa un lugar especial en su percepción del ecosistema artístico. “La veo como una olla con agua bulliciosa, muy vibrante, gente con muchísimas ganas y muchísimo amor por lo que hace”. Destaca su carácter multidisciplinario y la posibilidad de que cualquier idea encuentre ahí un primer brote creativo.

De cara al futuro inmediato, Álvaro atraviesa un proceso de maduración personal y artística. A sus 29 años, se prepara para una residencia de creación en Ajijic y mantiene conversaciones para presentar un prototipo en Los Ángeles. La meta es estrenar el proyecto en Guadalajara entre marzo y abril de 2027. “Ese es el proyecto de creador más fuerte que tengo”, afirma.

Cuando imagina los próximos 10 o 20 años, su aspiración va más allá del escenario. Sueña con un espacio capaz de albergar las ideas más ambiciosas de los artistas escénicos, un sistema que abrace y sostenga procesos creativos con una misión compartida. “Acercar a la gente a su verdad”, repite, como una consigna que atraviesa su historia.

Mientras tanto, su presente se condensa en un concierto que realizó el pasado viernes 19 de diciembre, el cual reunió todas sus facetas: ballet, contemporáneo, teatro musical y canto, con piezas propias que narran su evolución. 
 

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