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“Itu Ninu”: los migrantes del mañana

En un futuro vigilado por la tecnología, dos forasteros encuentran en las cartas manuscritas un acto de resistencia

En el universo distópico de ItuNinu – Cumbres de Maíz”, la nueva película de ciencia ficción dirigida por ItandehuiJansen, la resistencia inicia con un gesto tan simple como subversivo: escribir a mano.

Ambientada en un 2084 marcado por la crisis climática, la vigilancia permanente y el control tecnológico absoluto, la historia sigue a dos migrantes que, en la fragilidad de las cartas manuscritas, encuentran una forma de afirmarse como comunidad, como memoria y como deseo. Hablada en mixteco y filmada en un Edimburgo brutalista bajo un riguroso esquema de cine sustentable, la película llegó esta semana a la Cineteca FICG de la Universidad de Guadalajara.

Alejandra Herrera es una de las protagonistas y da vida a “Sofía”, una mujer que trabaja en una planta de reciclaje y vive aislada en una ciudad inteligente donde cada movimiento es monitoreado. La actriz describe el proyecto como una experiencia tan experimental como íntima, ya que la película —a diferencia de lo habitual— no partió de un guion cerrado, sino de una exploración colectiva entre ella, el productor y actor Armando Bautista García, y la propia directora Itandehui Jansen.

“Lo mejor fue que no hubo guion. En realidad, era una propuesta que tenía Itandehui para realizarse en México mi parte y en Escocia la parte de Armando. Sabíamos que queríamos hacer algo experimental por medio de cartas, pero no estábamos seguros de qué”, recuerda la actriz mexicana, en entrevista con EL INFORMADOR.

“Éramos dos actores y un crew de tres personas, porque Ita quería reducir la huella de carbono que tiene el cine. No usamos carros, nos transportábamos en buses, el vestuario era de segunda mano, no hubo iluminación artificial. Todo fue entre nosotros”.

Esa austeridad no fue una limitante, sino un principio ético. “Itu Ninu” se concibió como un cine que intenta no contaminar: sin camper, sin grandes traslados, sin desechables, con termos propios y un rodaje que se mimetizaba con la ciudad. La película dialoga con aquello que denuncia: la devastación ambiental, el colapso de los sistemas urbanos y la vida precarizada en un futuro excesivamente cercano, casi contemporáneo.

Construir a una mujer vigilada y aislada

Para interpretar a “Sofía”, Herrera recurrió a experiencias personales de desarraigo: filmar en ciudades frías, donde el idioma y la atmósfera se vuelven barreras emocionales. “El clima de Edimburgo, la oscuridad a las cuatro de la tarde, el acento del inglés, todo eso me hacía sentir con una barrera”, recuerda Alejandra.

“No me gusta estar con tantas chamarras, no me gustaba esa humedad. Y grabábamos en lugares solitarios o abandonados. Todo eso ayudó a crear una atmósfera física que después se traducía en emociones para el personaje”.

“Sofía” es una mujer vigilada, pero también alguien que sostiene una íntima esperanza. Herrera reconoce que allí encontró resonancias con su propia vida como actriz, donde la incertidumbre es constante. “Me identifiqué en la duda, en no saber para dónde ir y al final reaccionar y decidir desde los deseos, la ética y la intuición. Cuando no sabes qué hacer, regresas a la intuición. La esperanza de ‘Sofía’ va por ahí”.

Alejandra Herrera construye a su personaje desde la vulnerabilidad y la intuición. CORTESÍA

La IA como guardiana

La historia se sitúa un siglo después del 1984 de Orwell, en un momento donde la tecnología regula los ritmos humanos: la duración de la ducha, los niveles de productividad, la contaminación, la obediencia. En ese paisaje, “Ángel” —un hombre que experimenta con semillas— y “Sofía” sobreviven como migrantes en un territorio que ya no permite la diferencia cultural. Para Herrera, la película dialoga directamente con las tensiones actuales sobre migración, control tecnológico y pérdida de lenguas originarias.

“La inteligencia artificial (IA) ya está. En la película todo está resguardado y todo lo rige la inteligencia artificial, no en un mal sentido, sino en un sentido de control humano a través de ella”, dice la actriz. “También había leído un artículo de que muchos migrantes iban a tener unas pulseras que les iban a indicar que no salieran o su estatus. Eso inspiró la peli, porque los personajes tienen pulseras que prácticamente los espían: monitorean si hablan en su idioma”.

El filme recupera además una preocupación urgente: la desaparición de lenguas indígenas como el mixteco, que según algunos estudios podría extinguirse en menos de un siglo. En este sentido, “Itu Ninu” no sólo representa un futuro distópico, sino también un gesto político: poner al centro un idioma que históricamente fue marginado. “Armando es hablante de mixteco y creo que tu idioma siempre te define. Antes era mal visto, ahora es un símbolo de identidad. En un lugar como Edimburgo donde todos hablan inglés, qué mejor que hablar mixteco. El idioma está desde un lugar de resistencia y de fuerza, porque los personajes se encuentran en el idioma”, asegura Alejandra.

Alejandra Herrera y Armando Bautista García encarnan a “Sofía” y “Ángel”. CORTESÍA

Cartas en tiempos de inmediatez

Quizá uno de los elementos más importantes de la película -y que incluso en nuestros propios tiempos es un acto subversivo contra lo efímero- es la forma de comunicación entre

“Sofía” y “Ángel”: cartas escritas a mano, en un mundo donde la inteligencia artificial dicta el ritmo de la vida. En un presente saturado de inmediatez, la película propone un retorno a la paciencia, al silencio, a la lentitud de lo humano.

“Las cartas implican paciencia, algo que ya no tenemos. Lo hemos perdido: todo es inmediato. Ya no tenemos tiempos humanos, tenemos tiempos de las máquinas”, reflexiona Alejandra. “Esta película permite contemplar, sostener una emoción, observar los campos, la música. Varias personas me han dicho que sintieron relajación al verla. Qué loco que hayamos perdido eso”.

En “Itu Ninu”, las cartas son espacios clandestinos de libertad, la posibilidad de un sueño en medio de la opresión. Herrera resume la experiencia como un cine hecho desde la voluntad, lejos de los grandes presupuestos, pero cerca de las pulsiones humanas que sostienen al arte. “Fue un proyecto hecho con esperanza, emociones y amor al cine. Ita buscaba ver si era posible hacer un cine que no contaminara tanto, y creo que se logró. Es cine de voluntades: sin budget, sin glamour, sin camper, sin catering. Éramos nosotros comiendo en cualquier lugar, con nuestros termos. Estuvimos muy comprometidos”, finaliza.

Con su exploración de la lengua mixteca, su mirada sobre la migración y el control tecnológico, y su concepción sustentable de producción cinematográfica, “Itu Ninu” – Cumbres de Maíz- se perfila como una obra imprescindible dentro del panorama cultural mexicano: una distopía que, paradójicamente, abre un resquicio para la esperanza.

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