- Amnistía… y homilía
Ya instalados, pues, en la Fase 3 de la epidemia, hay dos noticias vinculadas tangencialmente con el tema: una, la Ley de Amnistía que presumiblemente permitirá preliberar a poco más de cuatro mil internos de los centros penitenciarios del país; otra, la reacción presidencial ante el incremento -a despecho del distanciamiento social- de la incidencia delincuencial en el país.
-II-
Prerrogativa del Presidente, los gobernadores y los congresos de los estados, la amnistía -por definición, “perdón colectivo de delitos, principalmente políticos, otorgado por ley o decreto”- se orienta, en este caso, a reducir el riesgo de que en las cárceles se produzca, en las próximas semanas, una cantidad alarmante de contagios del coronavirus.
El riesgo es latente porque la sobrepoblación -y el consiguiente hacinamiento, la falta de higiene, la saturación de los espacios, la imposibilidad de aplicar la “sana distancia” que se sugiere como medida profiláctica a toda la población- es la regla en los reclusorios de México.
Las cifras oficiales indican que hay 210 mil internos -entre procesados y sentenciados- recluidos en instalaciones con capacidad teórica… para 170 mil. La excarcelación de cuatro mil, equivalentes a 10% de los 40 mil reclusos excedentes, será, pues, un alivio insignificante para el problema sanitario, social y humanitario que se vislumbra. Los beneficiarios de la medida tendrán menor riesgo de contagio, probablemente… pero nadie podría garantizar que todos ellos estarán mejor en sus casas que en los penales. (El director de un reclusorio sostenía que mucha gente vivía mejor dentro -recibía mejor alimentación, atención médica, etc.- que fuera de la cárcel).
-III-
En cuanto a la tendencia al alza de la violencia en el país (2,616 homicidios dolosos, 5,786 delitos sexuales y 20,232 episodios denunciados de violencia familiar, sólo en el mes de marzo), la recomendación presidencial de que “mejor le bajen”; de que “piensen en sus familias y en ustedes”; la prédica de que “hay que tener amor a la vida: es lo más sublime; una bendición…”, y el augurio de que los beneficiarios de la amnistía “se incorporen a la vida pública y estén de nuevo felices con sus familias -como si todas las familias fueran ‘felices, felices, felices’-, tengan un trabajo -como si lo hubiera para todos los mexicanos- y no se vean obligados a dañar”, se quedarían en el terreno de los buenos deseos y las buenas intenciones, si no estuvieran a la mitad del camino entre lo ridículo… y lo trágico.