- Prueba y error
Es lo lógico; es lo sensato; es lo pertinente: someter las medidas que comenzarán a implementarse, desde el próximo lunes, para entrar gradualmente en la llamada “nueva normalidad”, aún en la fase crítica -en México- de la pandemia por el coronavirus, al método conocido como “prueba y error”, consistente en ensayar una alternativa y constatar si funciona; si es así, a dar el siguiente paso; si no, a meter reversa… (O, para decirlo a la mexicana, “si pega, pegó; y si no, despegado estaba”).
-II-
Junto al buen deseo de que el gradual levantamiento de las restricciones no vaya a resultar contraproducente, hay, por supuesto, el temor de que, “por darle al violín, se le dé al violón”. En España, por ejemplo, donde hace unos días se relajó un tanto el confinamiento, se permitió que todo mundo -incluidos adultos mayores y niños- salieran a la calle, con espacios y en horarios restringidos, se encendieron las alarmas al constatar que los contagios y aun las defunciones volvieron a dispararse. Más aún: en algunos barrios de Madrid, los vecinos, reunidos por centenares, realizaron “caceroladas” y manifestaciones similares, sin acatar las recomendaciones de las autoridades sanitarias… para protestar por las disposiciones gubernamentales aplicadas en nombre (o so pretexto) de la crisis sanitaria, precisamente. Los manifestantes aducen que dichas disposiciones corresponden a una dictadura de la que aún abominan, y no a la democracia plena a que accedieron hace 45 años.
-III-
En vez de dramatizar, convendría matizar. En Jalisco, donde ha habido, según todos los indicios, una adecuada gestión gubernamental de la crisis, no ha sido menester aplicar la “mano dura” de los países europeos en que llegaron a imponerse multas a los particulares que sin causa plenamente justificada salieran a la calle durante la fase más severa de la contingencia. La “obligatoriedad” del uso del cubre-bocas en la vía pública, aquí, se ha cumplido, en general, sin necesidad de medidas coercitivas por parte de la autoridad. Quienes salen a la calle a ganarse el diario sustento, se han sujetado, hasta donde es posible, a las normas dispuestas a tenor de las canijas circunstancias. Se ha entendido que no se trata de fastidiar a nadie, sino de proponer medidas razonables… y, por lo mismo, aceptables para el ciudadano común.
Después de todo, Lacordaire -predicador francés del Siglo XIX- no andaba tan errado cuando definía la libertad como “el derecho de hacer lo que no perjudique a los demás”.