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* ¡Un exorcista…!

Seguramente, hombre de futbol como es -hijo de futbolista y entrenador; comentarista, directivo y entrenador él mismo-, Rafael Puente del Río ya tenía antecedentes de que el Atlas, en el futbol mexicano y quizás a nivel mundial, es todo un caso. En él se mezclan la historia y la leyenda. La primera, pródiga en penurias y avara en glorias. La segunda, abundante en capítulos de los que los cronistas desprenden la conclusión de que la reconciliación de simpatizantes y dirigentes del equipo rojinegro con sus sueños no dependerá tanto del talento de sus jugadores y la sapiencia del entrenador en turno, sino de la eficacia de las pócimas de uno o varios brujos, o de los conjuros de un exorcista…

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Rafa ya estaba advertido, pues, de que dirigir al Atlas implica echarse una cruz especialmente pesada sobre las espaldas. El jueves, al cumplir el primer compromiso de su gestión, pudo comprobarlo…

Si en los anales del futbol mexicano constan incontables indicios de que con pocos equipos se ha  ensañado el destino con tanta crueldad como con el Atlas -los tres descensos al purgatorio de la Segunda División serían la prueba más rotunda-, lo de la otra noche acrecentó la lista…

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Aun sin jugar bien; aun sin mostrar en trazos y movimientos de sus jugadores ningún anticipo de las fórmulas mediante las cuales pretende hacerlo un equipo alegre y ganador, según sus declaraciones iniciales, el Atlas tuvo, servida en bandeja de plata, la posibilidad de iniciar esta etapa con el pie derecho...

Emparejó el marcador ante un Morelia que mostró más empaque y mejores hechuras futbolísticas casi desde el arranque del partido, y tuvo, en un penalti que antes del VAR difícilmente se le habría concedido -una mano de un defensor en el área, a todas luces más accidental que deliberada- la oportunidad de revertir el marcador. El duelo con que se resuelven esas controversias, y que ordinariamente se inclina a favor del atacante (por eso al penalti también se le llama “pena máxima”), en este caso se resolvió, merced al lance de Sosa, a favor del hipotético infractor, y puso a Jeraldino como El Villano de la Película, ex aequo con Jairo Torres, al ganarse -también por culpa del VAR- la tarjeta roja que dejó al Atlas en inferioridad numérica.

Lo dicho: ahí urge un exorcista… pero de los buenos.

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