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25 años

Hemos concluido el primer cuarto del siglo XXI. Tuvimos cuatro presidentes, tres partidos se turnaron en el gobierno, y cerramos la etapa con la primera mujer presidenta de México.

En Estados Unidos tuvieron igualmente cuatro presidentes, y el primer año de la segunda vuelta de Trump.

Durante 16 años vimos y admiramos a la canciller de Alemania, Angela Merkel; también fuimos testigos de cómo Putin se convertía en un nuevo zar, y Jinping en un nuevo emperador de China, los tres, por cierto, muy exitosos, al margen de la polémica invasión de Ucrania en lo que hace a Putin. En ese mismo periodo, el poder financiero llevó a Macron a la presidencia de Francia, y la farándula hizo a Zelensky presidente. En el entretanto, el resto de América Latina, como tango argentino, ha ido de la izquierda a la derecha y viceversa, como si la gente no supiera a dónde llevar a sus países, o qué sistema pueda realmente resolver sus problemas y, sobre todo, sus expectativas. Las dictaduras han sobrevivido, como espectros o como bufones, en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y no hemos dejado de producir personajes admirables como Lula o Mújica, o paradójicos como Bolsonaro, Milei o Andrés Manuel. El populismo de derecha tiene su líder en Estados Unidos, y la “democracia autoritaria” su primer exponente latinoamericano en Bukele.

En este cuarto de siglo, un tsunami devastador cobró la vida de cientos de miles de personas en el oeste de la antigua Indochina, y grandes terremotos afectaron la vida en Japón, Nepal, Chile, China, Turquía e Indonesia. Tuvimos igualmente la primera pandemia global de la presente centuria, gracias a la cual la naturaleza pudo recuperarse por un corto tiempo.

La Iglesia ha tenido en estos veinticinco años cuatro pontífices, dos de derecha, uno que osciló del centro a la izquierda, y uno que se va definiendo; los tres primeros, muy reconocidos a la hora de su muerte por todos los líderes del planeta, aunque no exentos de polémicas, sea por sus posturas doctrinales, sea por su actuación ante infractores seriales del orden moral.

Guerras las ha seguido habiendo por lo menos en tres continentes: Europa, África y Asia Menor. En América Latina la guerra no es por cuestiones ideológicas, sino por territorios delincuenciales, y es una guerra de guerrillas intermitente pero inacabable que ha visto cómo el poder legítimamente constituido va pasando a manos de los cárteles, fenómeno mexicano, antes colombiano, que está contagiándose al resto del continente.

Casi en todas partes la humanidad desempeña el papel de mero observador de lo que los poderosos hacen con sus vidas indefensas, con su presente y su futuro, endeudando su economía por generaciones, encareciendo la existencia, enrolando a sus jóvenes en guerras de objetivos discutibles, exprimiendo a sus fuerzas laborales con el señuelo de la ganancia desorbitada y agotándolas en la destructiva dialéctica trabajar y disfrutar, ganar dinero para enviciar la vida, atragantarse con cuanto el mundo ofrece perdiendo la capacidad de degustarlo.

Los políticos de las grandes naciones, gobernantes del siglo XXI, nacieron todos en el siglo XX, pero ese dato no los hizo ni mejores ni peores, como que habría que buscar en otros parámetros la explicación de su valía o de su carencia, pero es evidente que las nuevas generaciones de políticos, la de los nacidos en el presente siglo, muestran limitaciones aún mayores, comenzando por su falta de seriedad, su formación superficial y su desinterés por aprender, por cuestionar con fundamento y proponer con creatividad.

Del modo que sea, nace el siguiente cuarto de siglo, y un diálogo generacional puede resultar altamente benéfico para la construcción de la vida en esta nueva etapa.

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