La epidemia, un año después
Hace un año nos encerraron por primera vez. El gobernador Alfaro nos pidió a los jaliscienses que nos guardáramos una semana. Suspendió todas las actividades y nos dijo que adelantarnos a las políticas nacionales nos haría que nos fuera mejor. No todos coincidían. Más de alguno pensaba que era un error, que encerrarnos cuando el nivel de contagio era tan bajo sólo pospondría lo inevitable e implicaba cansar a la población antes de tiempo.
En familia, o por plataformas que recién descubríamos, la conversación era si aquello iba a durar tres semanas o tres meses como argumentábamos los más pesimistas. Nadie, ni el mayor agorero del desastre, pensaba que un año después estaríamos aún medio encerrados, con una pandemia que cede sólo para tomar vuelito y volver a subir en una incesante montaña rusa de la que todos nos quisiéramos bajar.
La pandemia dejó muchas muertes, muchas más de las que hubiésemos pensado, no solo el encargado de dorar la píldora, el maestro rosticero Hugo López-Gatell, sino todos. Nadie, habría podido imaginar los 200 mil muertos en un año en el país, ni los casi 11 mil en Jalisco. Y no sólo porque no lo queríamos imaginar, sino por lo poco que conocíamos al bicho. Por supuesto que hay cosas que se pudieron haber hecho mejor, que hoy, visto en retrospectiva, hubo decisiones equivocadas, acciones que se dejaron de hacer que hubieran evitado muchas muertes. Pero lo más grave es que nos enfermamos de odio, que la polarización hizo y hace que veamos la pandemia como un asunto ideológico y no de salud.
Si algo hemos aprendido los jaliscienses y los mexicanos es que nuestro sistema de salud es más endeble de lo que pensábamos
La evidente y consciente falta de coordinación entre el gobierno estatal y el federal nos llevó a una espiral de descalificación y de tomas de partido, cuyos únicos beneficiarios fueron los políticos. Con más abolladuras el gobernador Alfaro que el presidente López Obrador, los dos llegan al año de la pandemia investidos de un falso heroísmo, víctimas ambos antes que líderes de su estado o su país, cuidando más la imagen propia que la salud pública, engallados para la elección que tienen enfrente.
A un año de la pandemia si algo hemos aprendido los jaliscienses y los mexicanos es que nuestro sistema de salud es más endeble de lo que pensábamos, que la solidaridad y las estructuras comunitarias, tan debilitadas en contextos urbanos, son el único asidero de futuro y que nuestra clase política es tan o más mezquina de los que imaginábamos.
Un año después son muchos los que faltan. Diez mil familias jaliscienses, 200 mil familias mexicanas, mujeres y hombres con nombre y apellidos, con hijas, hijos, hermanas, amigos que no olvidarán jamás el año más largo, ese que nuestros líderes, nuestra clase política, quiere que olvidemos, que pasemos como si fuera la página de un directorio llena de nombres y no de seres queridos.
diego.petersen@informador.com.mx