Sanjuaneros puros
¿Viene por primera vez? -me pregunta la Nena mientras revuelve el pozole con una cuchara de madera que parece tener décadas de historia.
-No. Pero nunca había venido con guías sanjuaneros puros.
Se ríe. Sus manos no paran: sirve, cobra, bromea, grita precios. Es una orquesta de una sola mujer en el mercado techado más grande de Latinoamérica.
Ella y Saúl son mis amigos, hoy mis anfitriones y guías.
-Entonces no conoce nada -dice Saúl, el huarachero, mientras repara una sandalia con precisión quirúrgica-. La gente viene a comprar. Nosotros vivimos aquí.
Tiene razón. Vengo seguido al Mercado de San Juan de Dios. Compro, como, me voy. Pero nunca me había detenido a escuchar. Cada puesto es una familia. Cada historia, un pedazo del alma de Guadalajara.
Caminamos entre pasillos que parecen arterias. Están vivos. Hay tortas ahogadas que huelen a gloria, artesanías que brillan bajo luces de neón, huaraches que prometen comodidad eterna y dulces que saben a infancia.
-Mi abuelo empezó aquí en 1952 -cuenta Saúl-. Mi papá siguió. Ahora yo. Cuarta generación de huaracheros.
-¿Y cómo ve el mercado hoy?
-Con problemas. Basura que no se recoge. Operativos que espantan. Pasillos más apretados. Piratería. Pero sigue siendo el corazón de Guadalajara.
La Nena interrumpe:
-El problema no es el mercado. Es que olvidamos el espíritu sanjuanero.
-¿Cuál?
-El de ayudarnos. De cuidar esto como si fuera nuestra casa. Porque lo es.
Pasamos frente a una fonda donde la birria se sirve como si fuera comunión. Un joven explica celulares a una abuela. En cada local hay algo: tornillos, vestidos de novia, juguetes, recuerdos.
-Aquí encuentras todo -dice Saúl-. Todo lo que necesitas para vivir está en estos tres pisos.
Pero también hay caos. Olores que no siempre agradan. Empujones. Desorden. Y, aun así, algo vibra.
-¿No les preocupa que la gente prefiera los centros comerciales?
-Los centros comerciales son fríos -responde la Nena-. Aquí hay alma. Historia. Sabor.
Compramos huaraches con Saúl. Pozole con la Nena. Subimos al tercer piso. Desde ahí, el mercado respira. Late como un corazón acelerado pero constante.
-¿Sabe qué me da más orgullo? -dice Saúl.
-¿Qué?
-Que la gente de todo el mundo viene y se va diciendo que conoció al Guadalajara verdadero.
Tiene razón. Aquí no hay maquillaje. Hay problemas, sí. Pero hay vida real. Gente real. Trabajo real. Ánimo y desánimo en los locatarios. Esperanza y desesperanza.
-Necesitamos rescatar lo mejor de nosotros -dice la Nena-. Volver a cuando ser sanjuanero significaba algo especial.
Al salir, lo entiendo. El Mercado San Juan de Dios no es perfecto. Pero tiene algo que ningún centro comercial puede comprar: autenticidad.
En mi programa hablo del WiFi emocional. De conexiones que no se ven, pero se sienten. Aquí, entre pozole y huaraches, entre gritos y sonrisas, el WiFi emocional tiene cinco barras.
Este mercado es La Gran Guadalajara en estado puro. Y mientras su corazón siga latiendo, toda la ciudad lo sentirá.