El que peca y reza, o cuando “los buenos” delinquen
Durante la audiencia que se realizó en Nueva York en el juicio que se sigue a Naasón Joaquín y coacusados, la defensa quiso salvar a la madre del líder de la iglesia mexicana con sede en Guadalajara exponiendo sus virtudes como una mujer religiosa y piadosa que nunca faltó a los oficios de la iglesia y encabezó grandes obras pías, como si eso borrara los delitos o actualizara el dicho de mi amigo Jorge de que “el que peca y reza empata”.
La madre de Naasón, Eva García, una mujer de 80 años, está acusada de ser cómplice de delitos sexuales y parte de una red de trata que enganchaba menores de edad para su hijo.
El argumento es el mismo que han usado todos los líderes eclesiales acusados de cometer delitos, no importa el credo o denominación. A saber: los ministros de culto son esencialmente buenos y por lo tanto los delitos que cometen no son sino pequeñas desviaciones en el camino de la santidad, tentaciones del demonio, pecados de la carne, la debilidad que los hace esencialmente humanos, dicen, para luego darle la vuelta y argumentar que se trata de una persecución religiosa, que se les persigue por sus creencias y no por sus delitos. El discurso se repite una y otra vez, no importa de quién se trate.
El juicio en Nueva York que lleva la jueza Loretta Preska (la misma que condenó a Jeffrey Epstein y a Ghislaine Maxwell) es contra personas concretas que cometieron delitos concretos.
Delitos, muchos de ellos, que se perpetraron en México y que las autoridades de este país no persiguen por tratarse de quien se trata, sea Naasón Joaquín, Samuel su padre, Marcial Maciel o decenas de sacerdotes y líderes de otras denominaciones acusados de abuso sexual, trata, explotación, lavado de dinero, etcétera.
El Estado mexicano ha sido particularmente omiso con los delitos que cometen los líderes de las iglesias. Y hay que enfatizar lo de particularmente, pues en un país en que el 90% de los delitos no se persiguen ni se castigan, donde la impunidad es la moneda de cambio, los abusos de las iglesias son conscientemente ignorados.
La importancia del juicio contra Naasón y su madre Eva en Nueva York no estriba solo en la posibilidad de que las víctimas encuentren justicia, sino que devele, como sucedió con los Legionarios de Cristo, la trama criminal que los protege. Cuando una institución se convierte en un mecanismo encubridor de delitos el Estado está obligado a proteger a los miembros, sean socios, afiliados o como en este caso, creyentes, pues son el eslabón más débil de la cadena.
No sé si efectivamente el que peca y reza empata, eso que lo decidan los teólogos, pero el que delinque y reza es solo un delincuente rezador.