La arquitectura del descontento: apuntes sobre la protesta
Lo ocurrido el pasado fin de semana en las calles de México no debe leerse bajo la óptica obsoleta de la movilización tradicional. La denominada “Marcha de la Generación Z” representa una ruptura en la morfología de la protesta pública. Atrás quedaron los tiempos donde la convocatoria dependía exclusivamente de la verticalidad organizacional (sindicatos, organismos políticos, universidades, etcétera). Hoy presenciamos una arquitectura líquida, convocada por el algoritmo y por símbolos de la cultura pop, como las banderas de One Piece, que codifican un mensaje de resistencia ante una autoridad percibida como absoluta. Sin embargo, reducir este fenómeno a su estética digital sería un error de cálculo estratégico; debajo de la superficie de memes yace una crisis de legitimidad profunda y un dolor social latente.
El motor de arranque de esta movilización no fue una abstracción ideológica, sino una tragedia concreta: el asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan. Este hecho no es una anécdota aislada, sino el síntoma de una metástasis en la seguridad local. Manzo se suma a la ominosa lista de alcaldes y funcionarios locales ejecutados en México, una estadística que hemos normalizado peligrosamente. La legitimidad de la protesta radica en esta “chispa”: el hartazgo ante la vulnerabilidad de la autoridad local frente al crimen organizado. Cuando la política local se convierte en una profesión de alto riesgo, el contrato social se rompe en su eslabón más básico. La marcha, en su núcleo original, fue un grito primario ante esa orfandad institucional.
No obstante, la pureza de una causa rara vez sobrevive al contacto con la realidad operativa. La legitimidad del reclamo juvenil se vio rápidamente enturbiada por la infiltración de intereses ajenos. Vimos cómo la maquinaria de la oposición, carente de narrativa propia y de conexión emocional con el electorado, intentó cooptar o ensuciar la frescura de la marca generacional. Esta instrumentalización es cínica: utiliza el duelo genuino y el miedo legítimo de una generación como combustible para agendas electorales preexistentes. Al hacerlo, diluyen la potencia del reclamo original y permiten que el discurso oficial tenga una vía de escape fácil para deslegitimar el movimiento entero.
Aquí es donde la autoridad comete su propio error estratégico. La respuesta desde el poder, centrada en la descalificación automática y el etiquetado de la protesta como una mera “conspiración” o campaña de bots, revela una preocupante desconexión. Al reducir una manifestación compleja a una maniobra de “adversarios conservadores”, el Gobierno renuncia a la empatía política. La comunicación oficial carece de sensibilidad ante el hecho fundacional: hay jóvenes asustados y funcionarios muertos. Responder al miedo con estadísticas macroeconómicas o con retórica de polarización es una estrategia que puede funcionar para mantener la base dura, pero que erosiona la capacidad del Estado para fungir como ente conciliador. La autoridad se descoloca cuando prefiere debatir con fantasmas políticos en lugar de atender a las víctimas reales.
Debemos entender el momento histórico en el que nos encontramos. Estamos inmersos en una crisis política global donde las crisis humanitarias, muchas veces silenciosas o invisibilizadas por el ruido mediático, se acumulan bajo la piel de la sociedad. En un país violento como el nuestro, existe la tentación de creer que la población ha desarrollado una tolerancia infinita al horror. Es una apuesta arriesgada.
Debemos comprender que la normalización de la violencia no equivale a su aceptación. Ignorar estas corrientes subterráneas, o tratar de manipularlas con fines partidistas, es jugar con fuego. Aunque parezca que el tejido social resiste todo, la historia nos enseña que la acumulación de agravios no resueltos es el combustible más volátil. La marcha del fin de semana no fue el final de un ciclo, sino la advertencia temprana de una nueva etapa de conflictividad social que requiere menos adjetivos y mucha más estrategia, sensibilidad y justicia.
@DelToroIsmael_