Optimismo quijotesco, o la semilla de la FIL
A finales de los años setenta, un joven egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UdeG decidió fundar una pequeña librería en el centro de Guadalajara, en la calle López Cotilla, casi esquina con Pavo. De niño, su madre les leía a él y a sus hermanos adaptaciones infantiles de los clásicos: Kipling, Wilde, Cervantes, La Fontaine…, lecturas que despertaron en él un inmarcesible aprecio por los libros.
Poco antes había perdido a su padre. Apenas dieciocho años tenía cuando debió brevemente interrumpir sus estudios de preparatoria, para sacar adelante a sus tres hermanos y apoyar a su madre, asumiendo, con afecto protector, la responsabilidad de la casa.
La modesta librería —a la que su joven fundador llamó, no sin cierta solemnidad, Centro Cultural Don Quijote— era una muestra temprana de su vocación de totalidad. No sólo ofrecía libros, sino conferencias, charlas y presentaciones editoriales.
Fue ahí, escribe su hermano, donde nuestro joven aprendió “los vericuetos del mundo de los libreros, sus redes de distribución y los riesgos del negocio en una ciudad que no se caracterizaba por tener un mercado razonablemente bueno para el consumo de libros” (“Una evocación de Raúl”, en Raúl Padilla. El hombre que amaba los libros, Editorial Universidad de Guadalajara, 2023). Esa pequeñísima aventura, naufragada a los pocos años, es la semilla de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Organizada desde su fundación, en noviembre de 1987, por la Universidad de Guadalajara, la FIL es fruto del esfuerzo y talento de cientos de personas: universitarios, gobernantes, empresarios, escritores, editores, agentes, libreros y bibliotecarios.
No obstante, sería injusto olvidar que el concepto y génesis de la Feria es fruto del liderazgo, talento e imaginación de un individuo que tuvo que vencer no pocas adversidades para forjar su destino. En un ambiente público tan mezquino como amnésico, se ha hecho costumbre no reconocer a los hombres y mujeres que nos legaron las ideas, instituciones y obras que han dado forma a nuestra ciudad y país, a nuestras comunidades y tradiciones.
Continúa el licenciado Trino Padilla: “Visto desde los tiempos actuales, casi cincuenta años después, debo decir que siempre me maravilló ese optimismo un poco desmedido y audaz que motivaba a Raúl en cada proyecto que emprendía”. Raúl creía en sí mismo: ésa era una de sus virtudes cardinales, así como el secreto de su carisma.
La década del setenta en México fue un periodo de efervescencia política y de anhelos de libertad, justicia y pluralismo. El vigoroso ambiente universitario estimuló, qué duda cabe, las inquietudes sociales e intereses culturales del joven Raúl. Por eso creo que la FIL es también hija de la ya extinta Facultad de Filosofía y Letras, centro de proyectos sociales y políticos democrático-populares, y heredera y portadora de un rico legado literario-intelectual jalisciense.
¿Cómo fue que un líder estudiantil de ideas marxistas radicales se convirtió en el fundador y presidente de la feria del libro en español más importante del mundo? ¿Cómo logró establecer vínculos estrechos con los más importantes escritores e intelectuales de América Latina, España y Portugal: de Vargas Llosa, Fuentes y García Márquez a Del Paso, Saramago y Muñoz Ledo, de Tovar y de Teresa, Krauze y Aguilar Camín a Celorio y Eloy Martínez? ¿Cómo se dio su reconversión liberal? ¿Qué papel desempeñaron en él las transformaciones de la época? Esa historia aguarda ser escrita.
Por lo pronto, disfrutemos nuevamente de la mayor fiesta de los libros, la cultura y la discusión ilustrada y pluralista que México e Iberoamérica tienen por ofrecer al mundo: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.