Ideas

Ataques dentro del reino

La Presidenta Claudia Sheinbaum sigue hablando de las elecciones en Chile y sigue sin entender lo que pasó allá —una lectura que la ilustraría, es la de Otto Granados en “Este País”: “¿Qué pasó en Chile? Cuando el éxito no basta”—, porque le permitiría leer mejor el presente mexicano en el cual se encuentra atrapada, no solo ella, sino también Morena y, en particular, el ala más dura del obradorismo. Sheinbaum no deja de pensar en esa contradicción, aunque prefiere la salida contrafactual y mentirosa de que lo que sucedió en la nación andina no pasará aquí porque, entre otras razones, hay unidad en el movimiento cuatroteísta. Todo lo contrario.

A la vista de todos, pero no extrañamente sin que muchos lo vean, hay una fuerte lucha al interior de las élites de Morena, donde hay dos agendas confrontadas: la que está intentando llevar a cabo la Presidenta para estabilizar el país y lograr la gobernabilidad, y la de los puros, los incondicionales del ex presidente Andrés Manuel López Obrador, que están impulsando una purga de críticos y opositores al régimen, mientras debilitan a la mandataria saboteando sus estrategias y golpeando a personas muy cercanas a ella.

Por momentos, Sheinbaum gobierna; por otros, administra una herencia incómoda. La confrontación que hoy asoma —cada vez menos soterrada— entre la Presidenta y el ala dura de López Obrador no es un pleito de egos ni un ajuste menor de estilo. Es una disputa por el poder real, por el control del relato y, sobre todo, por el futuro de Morena, que significa candidaturas, presencia terrotorial, presupuestos, control legislativo y la subordinación de quien salga derrotado.

Sheinbaum llegó a Palacio Nacional con una legitimidad electoral indiscutible, pero con un margen político estrecho. Su triunfo no fue sólo suyo: fue el último acto de una obra escrita por López Obrador. Ahí está el problema. El ala dura del obradorismo —la que confunde lealtad con obediencia y continuidad con inmovilidad—, no concibe a una presidenta con agenda propia. La quiere administradora del legado, no autora de un nuevo capítulo.

Lo hemos visto en los últimos días. Primero con la filtración de los contratos millonarios que otorgó su gobierno a Minsa, la empresa familiar que maneja una íntima amiga suya, frecuente visitante de Palacio Nacional, Altragracia Gómez. Luego, con haber hecho trascender que se había judicializado la carpeta de investigación contra María Amparo Casar, cabeza de Mexicanos Contra la Corrupción, por haber recibido por años la pensión de su esposo, funcionario de Pemex, que murió al caer de una ventana de la torre petrolera en 2004. Fueron dos golpes quirúrgicos contra Sheinbaum, que la pusieron a la defensiva.

La revelación de la judicialización provocó críticas encendidas y acusaciones contra la fiscalía de estar actuando por consigna. Godoy le echó la culpa a su antecesor, Alejandro Gertz Manero. De la mano de Sheinbaum empezó a caminar hacia el desistimiento de la demanda, ante lo que el ala radical del obradorismo reaccionó con una campaña de linchamiento contra Casar, cuestionando a la Presidenta de ceder ante los adversarios.

Desde el arranque de su Gobierno, Sheinbaum ha intentado marcar diferencias: un tono menos incendiario, señales de racionalidad fiscal, guiños a la inversión privada y una política exterior más cuidadosa. Nada de eso pasa inadvertido para los radicales, que leen cada gesto como una traición. Para ellos, gobernar es resistir; para ella, gobernar es funcionar. El choque era inevitable. La confrontación no se da en discursos frontales sino en filtraciones, presiones internas, activismo legislativo y campañas de deslegitimación desde los márgenes del propio movimiento. El mensaje es claro: el poder sigue teniendo dueño, aunque ya no esté en la boleta.

López Obrador, desde su retiro estratégico, no necesita intervenir de manera explícita. Su silencio pesa más que cualquier mensaje en las redes. El ala dura actúa convencida que interpreta su voluntad. Si en política la convicción suele ser más peligrosa que la instrucción directa, los puros no dudan en cerrar sus espacios de maniobra para evitar desviaciones.

En esa lógica se encuentra la otra filtración: los contratos multimillonarios para la empresa de su íntima amiga Altagracia. La Presidenta no la dejó sola y ganó un poco de tiempo. Pero las filtraciones no pararán y los puros han encontrado su línea de flotación. Pero no todo corre en una dirección. Es la forma como pelean en el régimen. En esa ocasión ella fue la víctima, pero días atrás, sus cercanos le dispararon el obús que sacó a Gerz Manero de la Fiscalía.

Desde Palacio Nacional han exhibido los excesos pequeñoburgueses de los izquierdistas, Andrés Manuel junior, el senador Adán Augusto López, el diputado Ricardo Monreal y el secretario de Educación, Mario Delgado. Pero los duros no tienen aliados ni espíritu de cuerpo.

El senador se queja de filtraciones de la secretaria Anticorrupción, Raquel Buenrostro, y resiente la guerra cibernética del ex vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, que también tiene cuentas pendientes con el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch.

El dilema de Sheinbaum en este lodazal es profundo. Si cede, se convierte en rehén de un pasado que no termina de irse. Si confronta de lleno en medio de la debilidad en la que se encuentra frente a su antecesor, arriesga la frágil cohesión de Morena y acelera la guerra interna que puede paralizar su gobierno. Hasta ahora, la presidenta ha optado por una tercera vía: avanzar sin romper y resistir sin provocar. Pero esa cuerda no es infinita.

Lo que está en juego no es sólo la relación entre una Presidenta y su mentor político. Es la posibilidad de que México tenga, por primera vez en siete años, un gobierno que no dependa del caudillo para tomar decisiones. El ala dura lo sabe y por eso aprieta. Sheinbaum también lo sabe y por eso mide cada paso. En política, las sombras no desaparecen solas. O se enfrentan, o terminan por engullir a quien camina delante. La pregunta no es si habrá confrontación.

Ya existe. La pregunta es cuándo decidirá Sheinbaum si gobierna con la sombra detrás, o a plena luz, aun a costa de quemarse.

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