Jelly Roll se detiene apenas un segundo para tomar aire. No es una imagen poética ni una licencia narrativa: está corriendo cuesta arriba en el sur de Texas cuando atiende el teléfono. La respiración agitada acompaña una risa franca y una frase que resume el momento que atraviesa. “Las endorfinas están volando. Me siento genial”, dice, antes de rematar con entusiasmo: “¡Es hora de ganar un Grammy!”. El entrenamiento físico forma parte de un proceso más amplio de transformación personal, uno que hoy se refleja tanto en su cuerpo como en su música.Y motivos para entrenar no le faltan. Esta semana fue invitado a convertirse en miembro del Grand Ole Opry, una de las instituciones más sagradas del country estadounidense. Un mes antes, recibió la noticia de que fue nominado a tres premios Grammy de 2026, marcando su tercer año consecutivo en la lista de candidatos. Dos de esas nominaciones representan territorio completamente nuevo para él y confirman la amplitud de su alcance artístico.Por primera vez, Jelly Roll compite en la música cristiana contemporánea (CCM, por sus siglas en inglés) gracias a “Hard Fought Hallelujah”, su colaboración con el cantante cristiano Brandon Lake. Además, está nominado en la categoría inaugural de álbum de country contemporáneo por “Beautifully Broken”. “Definitivamente es el mayor honor”, afirma sin rodeos. “Todos quieren ser nominados para un Grammy”.Lanzado en 2024, “Beautifully Broken” se convirtió rápidamente en un punto de conexión profunda con su audiencia, un público que no solo escucha sus canciones, sino que se reconoce en ellas. El disco funciona como un espejo y, al mismo tiempo, como una promesa. “Dios quería que la gente supiera que aún puedes ser hermoso y estar roto”, explica Jelly Roll sobre el espíritu del álbum y su reconocimiento en los Grammy. “Es verdaderamente mi álbum más significativo”.La idea de la belleza nacida de la fractura atraviesa buena parte de su obra. Canciones como “Winning Streak”, que relata el primer día sobrio de una persona y que debutó nada menos que en “Saturday Night Live”, o la frontal y sin adornos “I Am Not Okay”, reflejan una poética de la supervivencia. Aunque hoy su presente parezca estable y luminoso, Jelly Roll nunca oculta el peso de su pasado.Ha estado encarcelado varias veces. La más grave ocurrió cuando tenía 16 años, juzgado como adulto por robo agravado. A los 23, fue arrestado por tráfico de drogas. No habla de esos episodios como capítulos cerrados, sino como cicatrices activas. “Nunca estoy desconectado de eso”, dice, consciente de que esa historia sigue moldeando su manera de estar en el mundo.Ese vínculo permanente con la adversidad explica también su compromiso filantrópico. Gran parte de sus esfuerzos se enfocan en la salud mental, la recuperación de adicciones y el acompañamiento a personas privadas de la libertad. No es raro verlo ofrecer actuaciones en prisiones, escenarios donde sus canciones adquieren un peso distinto, casi terapéutico.“Cuando comencé a hacer esto, solo estaba contando la historia de mi yo roto”, reflexiona sobre sus primeros pasos en la música. “Para cuando lo superé, me di cuenta de que mi historia era la historia de muchos. Así que ahora ya no estoy contando mi historia. Estoy sacándola directamente de las grietas de las personas cuya historia nunca ha sido contada. Directamente de ellos”. Luego bromea, con una frase que suena a manifiesto: “Tengo una política de que nadie llora solo”. En ese recorrido, la fe ocupa un lugar central. Jelly Roll asegura que Dios ha sido la fuerza que impulsó su último año y que la nominación al Grammy en música cristiana es una confirmación más de ese respaldo. “Él me respalda”, dice con convicción. Aun así, descarta la idea de un giro definitivo hacia la CCM. “Definitivamente vivo un poco demasiado secular para estar lanzando música cristiana”, admite. Para él, el reconocimiento de “Hard Fought Hallelujah” es otra señal de que “Dios conoce mi corazón”.Brandon Lake, su socio en esa canción, ve la colaboración desde una sintonía similar. “El country se trata en gran medida de fe, libertad y familia, y esas son todas cosas en las que creo”, explicó. Trabajar con Jelly Roll, un artista al que admira, fue un paso natural. “Creo que podemos cambiar la vida de incluso más millones de personas a través de estas canciones”. Jelly Roll coincide y lo resume con sencillez: “Es bien intencionado”.Más allá de premios y categorías, el cantante percibe un clima particular en el aire. Observa un país que busca mensajes de esperanza, ya sea en el country, en la música cristiana o en otras expresiones culturales. “Creo que realmente hay un avivamiento sucediendo en Estados Unidos ahora mismo donde se está volviendo a presentar el evangelio de una manera digerible”, reflexiona. “Y no parece tan acusador y al estilo de ‘todos se van a ir al infierno’, ¿sabes?”.No le preocupan las críticas de sectores más rígidos. “Realmente no me importa cuando las religiones organizadas me señalan con el dedo”, continúa. “Solo me alegra ver el mensaje, el evangelio siendo presentado”.Al final del día, Jelly Roll vuelve a la imagen con la que se define a sí mismo: “Soy un tipo roto que vino de un lugar roto y, como Humpty Dumpty, me volvieron a armar, cariño”. En esa reconstrucción personal se sostiene su música, una obra que no promete finales perfectos, pero sí la posibilidad de volver a levantarse. Y eso, espera, es lo que también puedan encontrar quienes lo escuchan: la certeza de que incluso desde las grietas se puede volver a respirar. CT