Quién iba a decirlo: en un país en que, en la antigua normalidad a la que tanto le suspiramos, ordinariamente un aviso de suspensión de clases era motivo de algazara, ahora lo sea la perspectiva de que alumnos y maestros regresen a las aulas, merced a los indicios de que decrece la amenaza del COVID-19…Al margen de los errores que seguramente se han cometido y de las acciones temerarias -alimentadas por la necesidad de salir a buscarse la chuleta- o decididamente irresponsables -por decirlo amablemente- en que muchas personas han incurrido, las señales esperanzadoras obedecen a los insistentes llamados de las autoridades -las sanitarias y las civiles- a “no bajar la guardia” y a la sensatez con que la mayoría de la población ha incorporado a sus hábitos las pertinentes medidas profilácticas. (Antes se decía, en tono de resignación, “aquí nos tocó vivir”. Ahora, en el mismo tono, se dice “¡así nos tocó vivir...!”) -II- Precisamente porque así nos tocó vivir y porque estamos condenados a seguir así por tiempo indefinido, convendrá atender, de manera preferente, las recomendaciones de los especialistas… Que la mayoría de los adultos mayores hayan sido vacunados, y que maestros y maestras estén en vías de serlo, es un alivio. Que se haya vigilado el comportamiento del semáforo epidemiológico y se haya decidido solo reanudar las clases presenciales cuando y donde haya luz verde, es señal de que el tema se está manejando con la seriedad aconsejable.Que niños, adolescentes y jóvenes estén en vías de volver a las aulas, donde cumplen una de las etapas más importantes de su educación, desde luego, pero principalmente de su desarrollo emocional, es esperanzador. Sin embargo, sería un error que podría tener consecuencias funestas, desatender las advertencias de que el regreso de los estudiantes a las aulas implica, ipso facto, graves riesgos derivados del incremento en la movilidad de los miles de padres de familia que llevan a (y recogen de) la escuela a la mayoría de los escolares, y a los trabajadores administrativos y de intendencia que también volverán -en cierta medida al menos- a la antigua normalidad. -III- Medidas como las que ya se han tomado, en las etapas previas, para que el retorno a las aulas sea gradual y seguro, estableciendo modalidades que reduzcan la cercanía física entre los estudiantes y sus mentores, deben incorporarse a las reglas de convivencia a las que nos condena, para bien o para mal, la llamada “nueva normalidad”.