La negación de la visa a Novak Djokovic para entrar en Australia por falta de vacuna y por lo tanto competir y buscar su décimo triunfo en el torneo de tenis de ese país (el primero de los cuatro Grand Slam del año) trajo de nuevo a la mesa de discusión si se debe o no limitar los derechos de los no vacunados. Las restricciones de viaje y el derecho de los países de exigir vacunas a los turistas no es nuevo y es muy anterior a la discusión actual sobre las vacunas de coronavirus. Muchos países de Asia y África exigen desde hace muchos años vacunación contra fiebre amarilla, por protección del visitante, pero sobre todo de la población nativa, y esto nunca fue un tema de discusión en medios ni en redes sociales. Cada país tiene el derecho de proteger a sus ciudadanos como más convenga y exigir a los turistas las normas que crea necesarias.A diferencia de otras vacunas, la inmunización contra el COVID-19 se ha convertido en un asunto ideológico y en una verdadera guerra cultural. Lo curioso y novedoso de quienes rechazan la vacuna y la ciencia que la creó es que ahora no lo hacen por motivos religiosos o culturales, sino que acuden a argumentos seudocientíficos para rebatirla. Es decir, no dicen yo no creo en la ciencia y punto, sino que creen que existe “otra ciencia”, con otra lógica y otros datos y siempre citan criterios de autoridad de médicos o científicos cuya credibilidad está construida en el rechazo y la negación de lo autorizado, jamás en métodos experimentales.En no pocos países el pasaporte de vacunación se convirtió en una forma de restricción a los no vacunados, una especie de visado interno que limita los lugares a donde pueden asistir dependiendo si están o no inmunizados. A través de una lógica de incentivos y castigos, los gobiernos, sobre todo de Occidente, han intentado romper con el rechazo a la vacuna apelando a que las necesidades y los gustos son mayores a las necedades y las convicciones de ocasión.La salud es un asunto colectivo. Desde el momento que decidimos vivir en comunidad todos somos responsables de todos, aunque no seamos conscientes de ello y vivamos como si no fuera así. Las decisiones y acciones de salubridad más básicas, como lavarnos las manos, usar sanitarios o bañarnos, son parte de una cultura de convivencia con normas sanitarias en bien de todos. Vacunarse, les guste o no a los antivacunas, es una de estas normas, sin importar lo importante, rica o inteligente que sea o se crea una persona. Justamente por eso el rechazo del visado a Djokovic en Australia es un acto civilizatorio. diego.petersen@informador.com.mx