Domingo, 21 de Diciembre 2025

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Cerrar el año y abrir el que viene

Por: Augusto Chacón

Cerrar el año y abrir el que viene

Cerrar el año y abrir el que viene

En los fenómenos del presente, políticos, económicos, sociales, naturales y, de un tiempo a la fecha, policíacos, nos afanamos por descubrir los signos que permitan advertir el futuro. Si el dólar sube o baja, o el nivel del empleo formal, o las tasas de interés, los veleidosos aranceles de Donald Trump o el decrecimiento económico del país, el porvenir delineado: que San Neoliberalismo bendito nos agarre con billetes en la cartera, 2026 será un mal año.

Si López Obrador aparece en un video rodeado de pavorreales, símbolo del Palacio Nacional que lleva a donde él esté, y advierte cínicamente que no está para hacer sombra a la presidenta, el video y los pavorreales y su gesto socarrón son la mismísima sombra; que San Panchito I. Madero se apiade de lo que queda de nuestra democracia, la dictadura es nuestro destino. Si Claudia Sheinbaum corrió a uno, nombró a otra y luego a otra; si ante las tiranías latinoamericanas prefiere callar; qué tan mal han de estar las cosas: buscó al animador del fervor popular, el Papa, para ver si se da una vuelta por acá y sosiega los malestares o logra que por un rato el pueblo sea feliz, no la perdones, Señor, aunque no sepa lo que hace: el país no tardará en hundirse en las arenas movedizas que ella y su sombra crearon.

Si el gobernador se ha hecho favorito de la presidenta, pero el presupuesto dice lo contrario, si el gobierno de la República no quiere al estado, el siguiente año y otros cuatro, las señales son elocuentes, el Jalisco visto desde lo que el gobierno tendría que hacer pasará una temporada con pena, y de gloria ni hablemos. San Judas de las causas perdidas, Tadeo, socórrenos. Si nunca había llovido tanto, o tan poco; el calor insoportable, también el frío; si antes no padecíamos tantos mosquitos y las enfermedades que inoculan con su probóscide, el pico, aumentan, ya ni rezar es bueno: el cambio climático se emperrará más con el México, cuyos gobiernos, como siempre, han sido indolentes con el fenómeno, y el único futuro vivible ya fue, más o menos en 1970; y al cabo, asimismo para la economía, para la política, para la inseguridad pública: el porvenir lo postulamos como un tejido de jirones elegidos arbitrariamente del presente y harapos de un pasado sospechoso de ser romantizado acríticamente.

Surgen cuestiones para que el análisis -dizque- previo no parezca sentencia generalizada: las y los nacidos entre 1995, año de una crisis económica de gran calado, y 2007, este año cumplieron 18, ¿toman del presente signos similares a los que elegimos los llegados a la diamantina patria, digamos, en los sesenta? ¿Qué romantizan -si acaso- de su propio pasado y del país que les tocó conocer? Y lo más acuciante: ¿entienden algo de la sociedad pretérita que rememoramos las y los de las generaciones que los antecedieron? Algo que no sea los contrastes tecnológicos. Sería un ejercicio navideño provechoso preguntarles y que después cuenten del futuro que traen en mente, el ideal y el que según su objetividad los recibirá, hagan lo hagan o no hagan no lo que no hagan. Con sus respuestas quizá podremos delinear el porvenir probable y posible.

La navidad y sus previos, la navidad y lo que le sigue, el festejo por la llegada del año nuevo, tienen el gusto apreciable de un presente semejante para la mayoría. No sólo por celebrar, sino por el sustrato que provee lo que celebramos: cierta idea compartida de bondad que atraviesa a todos los estratos sociales; la noción de que el prójimo no es un desconocido del cual desconfiar sino alguien a quien desear lo mejor, la paz, por ejemplo; la familia recupera, fugazmente, su solidez de núcleo al que es importante pertenecer y desde el que el presente de buenos deseos sea portador de un futuro mejor, a despecho del otro presente agazapado, el incierto, fuera de nuestro control, que nos atosiga, por la economía, por la política, por la violencia. En la conmemoración del nacimiento de Jesús los símbolos que son la navidad y el inicio del año nuevo dibujan un porvenir que se nos olvida al día siguiente y que es el único al que nos deberíamos atener: el de ser humanos, no por la acepción biológica del vocablo, en el sentido de que al decir “humano” nos referimos a ser comprensivos, sensibles a los infortunios ajenos y capaces del gozo por lo que en comunidad logramos.

Pero esa sensación pasa. La otra realidad nos arrastra a la envidia, a la codicia, al individualismo nocivo que convocan a sobrevivir de la manera más cómoda y a como dé lugar. Con estas actitudes conseguimos que la economía, la política y la expresión más perniciosa de la codicia, la violencia criminal, impongan la necesidad de sólo aprehender sus símbolos si queremos anticiparnos a los daños que suelen acarrear. Anticipación que, lo sabemos, de bien poco sirve: quienes dominan para su beneficio esas materias obligan las condiciones que impelen a dejar de lado aquello de ser humanos, sin reparar en que el futuro de cualquiera de los rubros que distinguen a la civilización tendría un derrotero más hacia los anhelos de libertad y justicia si no guardáramos, junto con las figuritas del nacimiento, los impulsos de solidaridad y bondad de la temporada navideña. Sí, lo sé, puros clichés, sensiblería casi improductiva, es la época; pero son útiles para recuperar signos de un pasado común, revitalizados cada año, que no vendría mal usar como constituyentes cotidianos del futuro que deseamos. ¿Podrán sobrevivir a la cuesta de enero?

En tanto. Felices, divertidas y reflexivas fiestas. Que 2026 sea propicio para la buena vida de todas, de todos. Por acá nos encontraremos el 11 de enero.

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