Balzac alguna vez se preguntó: ¿Dónde estará el hombre dichoso que pueda decir: “no le debo nada a nadie”? Para él, la sociedad se divide en dos simples clases: deudores y acreedores. Esa clasificación, con dos siglos de antigüedad, sigue vigente. En palabras de mi profesor de derecho mercantil: el crédito es al comercio lo que el aire a la vida. Sin crédito una empresa no puede nacer, no logra producir, ni vender; pero cualquier alteración a la cadena que se forma entre acreedores y deudores produce un efecto dominó: el impago de un deudor puede provocar la asfixia financiera de un acreedor y este, a su vez, provocar la ruina de otros con los que hace negocios.Así, la insolvencia resucita al dúo de antagonistas más célebre después del “coyote y el correcaminos”: el deudor y el acreedor. Pero incluso entre ellos hay matices.Entre los deudores están aquellos que pagan sus deudas, a veces tarde, pero terminan pagando con intereses incluidos. Su ruina suele ser ocasionada por circunstancias fortuitas o una mala gestión.También los hay profesionales, que logran que sus deudas se paguen solas, de los que ningún acreedor podrá jactarse de haber recuperado peso alguno, y a pesar de sus altos pasivos llevan una gran vida, auténticos alquimistas del balance general.Afortunados, si se les quiere llamar así, de vivir en tiempos modernos. En el Imperio Romano, antes de la Lex Poetelia Papiria, el moroso enfrentaba penas corporales que incluían la esclavitud. En otros lugares, el acreedor podía reclamar una noche con la esposa o hija de su deudor. Ahora, entre los acreedores también hay diferencias. Los hay empáticos, sujetos de una especie de síndrome de Estocolmo. Sin embargo, no todos son así, los hay usureros y que emplean a la perfección el sistema judicial para satisfacer rápidamente sus acreencias. El verdadero caos comienza cuando se apilan las deudas y los acreedores compiten por ser los primeros en cobrar. Para estos casos existe el concurso mercantil. Me gusta pensar en él como una cámara de descompresión: un espacio temporal donde se estabiliza el sistema para evitar que colapse por completo. A pesar de que por años los empresarios le tuvieron desconfianza o temor al estigma, su uso se ha vuelto cada vez más frecuente. Desde el año 2000 se han tramitado mil 099 concursos. Y, tan solo en 2024, se iniciaron 79, la mayor cifra histórica. Entre las empresas que han pasado recientemente por este proceso encontramos nombres conocidos: La Europea, Unifin, +Kota, Vasconia e Interjet.El concurso no ofrece milagros, pero sí algo que en otro contexto sería inimaginable: la conciliación. El deudor y todos sus acreedores concurren en un mismo proceso donde dejan de ser enemigos y tienen oportunidad de acordar cómo reorganizar lo que queda. La suspensión temporal de acciones de cobro suministra aire al deudor y, en no pocas ocasiones, obliga a los acreedores a reflexionar sobre si la empresa vale más viva que muerta.Y si al final el proceso deriva en quiebra, no caigamos en dramatismos. No siempre son epitafios, muchas veces son simples cierres de capítulo. Se trata de oportunidades de concluir una agonía en forma ordenada. Así, en un entorno económico donde la incertidumbre parece permanente, el concurso mercantil no es una señal de derrota, sino una herramienta diseñada precisamente para evitarla. Por eso, más que temerle al concurso mercantil, habría que incorporarlo al repertorio de herramientas para gestionar crisis con responsabilidad.