Hay películas que te acompañan toda la vida. La filmografía de Rob Reiner (1947-2025) está colmada de ese tipo de relatos. Reiner hizo películas que dieron mucha felicidad; que, sin saberlo, nos bordaron, nos conectaron los unos a los otros. Películas que crearon un territorio común donde todos coincidimos y fuimos (somos) felices, títulos que, entre la carcajada y el miedo, el llanto y el desconcierto, nos pusieron a soñar e hicieron nuestro mundo más grande.Me atrevo, pues, a decir que en las pupilas de todos quienes amamos el cine hay, por lo menos, una película de Rob Reiner apuntalando nuestra cinefilia. En mi tótem cinéfilo habría al menos dos: “Cuenta conmigo” (“Stand by Me”), una de las experiencias más poderosamente formativas de mi infancia, cuando me iba naciendo el amor por las historias de la gran pantalla. Una pieza de cine de maduración que apareció cuando me encontraba ya muy cerca del fin de la niñez, justo cuando la vida va empezando a cambiar de tesitura, cuando te empuja hacia lo inevitable: hay que cruzar el umbral hacia la adolescencia. ¿Cómo no va a marcarte un relato como Cuenta conmigo en un momento así?Mi otra pieza crucial sería “Miseria” (“Misery”), fundamental para todos los que terminamos siendo feligreses del cine de género. Que ambas piezas estén basadas en textos de Stephen King no debe ser casualidad.Dirigió otros clásicos incontestables como “This Is Spinal Tap” (su indomable ópera prima), “La princesa prometida” (“The Princess Bride”, pieza de culto absoluto), “Cuando Harry conoció a Sally” (“When Harry Met Sally”, una de las comedias románticas por antonomasia y favorita insustituible de muchos) y “Cuestión de honor” (“A Few Good Men”, un auténtico “tour de force” del maximalismo interpretativo), entre otras. El legado de Reiner es parte de la tinta con la que se ha escrito la historia de Hollywood.Es que Reiner fue un todoterreno: le entró a todos los géneros posibles. La comedia lo distinguió, sí, pero en su filmografía exploró el drama, el melodrama, el terror, el suspenso, la fantasía, el musical, el documental, el falso documental, el coming of age, el thriller legal, el cine de carretera y el cine histórico. De todo como en botica. Fue Reiner, por tanto, el entrañable boticario del cine popular estadounidense, de Hollywood para el mundo. No sé si Rob habrá estado consciente de ello, pero nos recetó historias que nos sanaron en nuestros momentos de tribulación, a veces haciéndonos sentir bonito, a veces confrontando nuestras emociones. La pérdida de Reiner duele en el corazón y en nuestra cinefilia.“Avatar”: súper comercial, pero con sustanciaNo puedo cerrar la columna de esta semana sin hacer referencia al último gran estreno del año, pues ha llegado a los cines “Avatar: Fuego y cenizas”. Mire usted, querido lector, yo no soy el más fan de la saga de James Cameron, pero reconozco que, al momento, las tres pelis me han parecido muy divertidas, pura entretención. Dicho esto, la tercera entrega es puro espectáculo, pura exuberancia audiovisual, un gran show técnico y artesanal. La cinta tiene escenas de acción impresionantes, efectos visuales de punta (la élite de los efectos, vaya), un acabado estético prístino y un universo envolvente.De nueva cuenta, el relato acentúa su discurso sobre la batalla entre el mundo humano y el mundo natural, sobre la codicia de nuestra especie, sobre la defensa del territorio y sobre aquellos que invaden para apropiarse del patrimonio ajeno. Todo eso, valiosísimo, y es mi parte favorita de esta mitología. Empero, tengo que decir que la cinta me ha parecido reiterativa: primero, porque repite lo que ya se dijo en las entregas previas, vuelve sobre lo mismo; y segundo, porque la nueva trama empuja poco hacia adelante, avanzamos poco argumentalmente, parecemos atorados en el mismo lugar.Aun así, es entretenidísima y estridente: las más de tres horas arden como el fuego (o se van como el agua, según se prefiera). Pandora sigue en la cumbre del maximalismo hollywoodense. Es épica. Es sci-fi. Es excelencia plástica. Es comercial. Es un evento de los que me gustan, porque sirven para que nos reunamos todos en el territorio común que es el cine, sin importar nuestras diferencias: frente a la gran pantalla de pronto estamos unidos otra vez, todos peleamos del lado de los Na’vi por la libertad, por la igualdad, por la interconexión con los otros —sin importar si son iguales o diferentes a mí—, contra el colonialismo, contra el extractivismo. De pronto, todos juntos aplaudimos la empatía, el respeto y la resistencia justificada. Y todo por culpa de unos “monotes” azules de otro mundo que, si miramos de cerca, podríamos ser nosotros. Nomás que no somos: todavía nos parecemos más a los malos de ese cuento.@arturogaribay@topcinema