¿Quién es Jeff Kent? La pregunta, por sencilla que parezca, resuena con fuerza entre fanáticos, aficionados ocasionales, expertos de guante blanco y hasta entre quienes apenas se asoman al rey de los deportes en México, Latinoamérica y, desde luego, en el vecino país del norte. La duda cobra sentido cuando llega la noticia de que el llamado Comité de la Era Contemporánea—ese grupo selecto que vota con discrecionalidad, sin parámetros claros y con criterios que casi nunca se explican—decidió que Kent era el indicado para ocupar un lugar en Cooperstown, ese sitial que no solo representa la cúspide del béisbol, sino la consagración simbólica de una carrera que marcó época.Hasta ahí todo sería parte del rito anual, del juego político y emocional que rodea a la elección. Pero lo que en realidad provocó revuelo, molestia y una suerte de desconcierto generalizado fue constatar que, otra vez, quedaron fuera figuras de enorme peso, talentos cuya presencia trascendió la fría numeralia, porque su impacto se mide en emociones, en memorias, en identidad cultural. Y entre esos nombres, el que más duele—sí, duele, porque a estas alturas ya no es solo una omisión técnica, sino una falta de respeto histórica—es el de Fernando Valenzuela, el más grande beisbolista que México ha dado y un fenómeno que modificó la relación del país entero con el deporte y con los propios Estados Unidos.La noticia de la exclusión de Valenzuela no sorprende, pero sí indigna. Indigna porque su grandeza no es dimensión abstracta ni nostalgia vacía. Valenzuela revolucionó el beisbol. Punto. Lo transformó en la costa oeste, lo resignificó para la comunidad hispana, lo volvió un espacio de pertenencia y de orgullo compartido. Basta recordar cómo, con su irrupción, la afición mexicana y la comunidad latina en Los Ángeles dejaron atrás décadas de rencor por la historia amarga de Chávez Ravine. Fernando no solo lanzó con maestría; reconcilió. Y eso no cabe en estadísticas, pero sí en la memoria viva de millones.Mucho se ha dicho sobre su temporada mágica del 81: Novato del Año, Cy Young, un fenómeno mediático incomparable, la Fernandomanía desbordada, el aire festivo que llenaba cada parque donde se presentaba. Pero Valenzuela es más que ese año. Fue consistencia, entrega, un estilo propio que marcó escuela, un símbolo de disciplina y humildad. Y además, su presencia generó un impacto socioeconómico y cultural que pocos atletas, de cualquier disciplina, han logrado. Lo que representó para la comunidad mexicoamericana, para los Dodgers y para el beisbol mundial tiene un peso específico que no debería necesitar defensa.Entonces, ¿qué fue lo que no vieron quienes votan? ¿Qué ponderaron? ¿Qué minimizan? ¿Qué les falta entender sobre lo que significa un verdadero inmortal? Porque sí, Cooperstown es un templo del talento, pero también de las figuras que transformaron el deporte. Y si alguien encarna esa capacidad transformadora es Fernando.Por eso desconcierta que, una vez más, se deje pasar la oportunidad. Se dirá que tendrá otra opción en 2032, pero eso suena a consuelo barato, a frase de trámite para calmar la tormenta. No es la primera vez que se posterga el reconocimiento, y cada vez la omisión se siente más injusta, más absurda, más desconectada de la realidad.Quizá faltó empuje en la campaña. Quizá debió haber un movimiento más robusto desde las organizaciones deportivas, desde las directivas, desde las peñas, desde la propia comunidad latina. Incluso hubiera sido deseable que el gobierno mexicano, como país, hubiera asumido a Valenzuela como lo que es: un embajador cultural, un referente de identidad nacional. Pero aun sin eso, el mérito está ahí. Lo sabe la afición. Lo sabe la historia. Lo sabe el propio beisbol.Y mientras Kent recibe su consagración—merecida o no, tema que merece otro análisis—queda el sentimiento de que el sistema ignora algo esencial: que el beisbol no se mide solo en jonrones o en porcentajes al bate, sino en lo que un jugador deja en la gente, en cómo su figura modifica la conversación social y en cómo logra que un deporte se convierta en puente entre culturas.Así las cosas. Fernando Valenzuela seguirá siendo, con o sin placa, el ícono máximo del beisbol mexicano. El inmortal de facto. El grande entre los grandes. El que cambió la historia. Y mientras Cooperstown decide si quiere estar a la altura de su propio legado, millones seguirán reconociendo lo que ningún comité puede borrar: Viva Fernando Valenzuela.opinión.salcosga@hotmail.com