El noble objetivo de premiar a personas que se han distinguido por tal o cual acción otorga a los seleccionados un gran honor que en ocasiones va acompañado de una recompensa pecuniaria. La importancia del premio y del monto hace que muchas personas aspiren a alcanzarlo por medio de un legítimo esfuerzo, si bien con frecuencia quienes lo ganan ni siquiera pensaron en obtenerlo, lo cual avala aún más la legitimidad de sus trabajos. Destaca entre estos galardones el Premio Nobel, otorgado por primera vez en 1901, pero hay otros premios, así: Óscar, Grammy, Pulitzer, Emmy, BAFTA, etcétera.El problema surge cuando hay personas muy atraídas por los premios, pero que carecen de los méritos medibles para tenerlos, y buscan en consecuencia otros caminos para poseer lo que no merecen. Para evitar estas vías sinuosas, los premios de mayor prestigio han debido blindarse con una serie de normas, criterios y condiciones, que deben a su vez ser aplicadas por consejos hasta donde es posible incorruptibles, objetivos, muy honestos y bastante competentes a la hora de revisar el currículum de los candidatos y sus contextos. Este esfuerzo por reconocer a quienes genuinamente se destacan en algún campo beneficioso para la humanidad ha elevado los parámetros, de la misma forma en que los deportistas, al batir un récord, establecen una nueva marca a superar, pero, a la vez, aumentan la credibilidad de sus galardones. Resulta muy difícil dudar del mérito de quien recibe un Premio Nobel, sobre todo cuando se otorga a los hombres de ciencia.Esta exigencia de honestidad ha llevado a excluir de los consejos a partidos políticos, instituciones politizadas, gente de gobierno o de cualquier otra entidad ajena al perfil de quienes deben evaluar resultados, no recomendaciones.Un ejemplo de lo que no deben hacer quienes otorgan premios de verdadero mérito es el “premio de la paz” que otorgó la FIFA al presidente norteamericano, en el mismo momento en que su política financiera está convulsionando al planeta, o sus gatilleros se dedican a ejecutar extrajudicialmente a supuestos narcos en los océanos de Centroamérica. Inevitablemente, este tipo de premiaciones provocan lo mismo indignación que risa, pues hasta la persona más distraída advierte que todo fue un manejo muy desaseado, casi un ejercicio de compraventa. Nos recuerda, en Jalisco, la era de Alfaro, en que, bajo la presión del primero alcalde y luego gobernador, se otorgaron premios, antes prestigiosos, a personas cuyo mérito principal había sido adular al poderoso, y cuyo currículum, desde luego, o era inventado, o sobrevalorado, o simplemente ignorado bajo el peso decisivo de la recomendación.Del modo que sea, ahora el señor Trump puede presumir un premio de la paz “patito”, ya que el Nobel se le ha negado, mostrando adicionalmente las profundas carencias psicológicas de quienes aspiran a que todo el mundo los aclame para sentir que son algo. ¿Mantendrá el comité de los Premios Nobel su postura hasta ahora digna de crédito? Lo sabremos en sus próximas ediciones.Por otro lado, entendemos que la función de la FIFA sería, en todo caso, premiar la excelencia deportiva o la honestidad en el manejo de equipos y competencias mundiales, y no ponerse a ser árbitro de premios de la paz, asunto para el cual no está calificada. Y, aún peor, los premios que decida otorgar en el futuro ya están de antemano desprestigiados, pues el otorgante ha demostrado guiarse por otros criterios.