Suplementos | Todo. Fiesta y descanso en el mismo lugar Más que reggae y Bob Marley Una visita a Jamaica ofrece al turista paisajes, olores y sabores sin igual Por: EL INFORMADOR 10 de noviembre de 2012 - 20:53 hs MARGARITA VILLE. Bar de playa. En el día es frecuentado por turistas. De noche se llena de gente ocal que baila hip hop. / GUADALAJARA, JALISCO (11/NOV/2012).- Las olas rompen a nuestros pies. Sentir el agua tibia del mar es casi una caricia. En las playas jamaiquinas no es común ver grandes marejadas. ¿Será que el mar también está de acuerdo en que “en Jamaica todo es relax”?, como dice Allana, nuestra anfitriona en la isla. Estamos en medio del Caribe, imposible no dejarse seducir por el color turquesa del mar que en algunas ocasiones se desvanece hasta ser cristalino. Aventamos las sandalias sobre una arena blanca y suave –que 300 años atrás sintió los pasos de piratas y, en 1980, los de Brooke Shields y Christopher Atkins en la filmación de La Laguna Azul–, para darnos un chapuzón. El verano se terminó. Las playas están semivacías. Nos adentramos más para alcanzar a un vendedor de artesanías que va de pie sobre una canoa. El intenso oscuro de su piel casi impide que distingamos sus facciones. Nos recibe con un “¡Welcome to Jamaica, Jamaica no problem, yeah man!” Levanta una manta y muestra discos de reggae, pulseritas de tela trenzada, aretes de concha, bobs marley tallados en madera y sí, hay que decirlo porque no es una novedad, pipas y hojas de marihuana. Cada quien es responsable de comprar lo que desee, sólo hay que recordar la frase que se lee al llegar al aeropuerto de Montego y hasta dentro de los hoteles: “la venta, compra y consumo de marihuana es ilegal”. En un inglés poco entendible, el artesano hace su labor. Nosotros preferimos no confiar en el no problem y mejor le pedimos información para llegar a Ocho Ríos, otra ciudad al norte de Montego Bay o Mobay, como le dicen los jamaiquinos. Ahí se encuentra Rain Forest Adventure Mystic Mountain, el parque de atracciones naturales que tanto nos habían recomendado. Acelerar En 40 minutos hemos llegado. El taxi del hotel nos lleva hasta ese rincón escondido entre las montañas. El viaje nos cuesta 15 dólares por persona y una que otra canción de reggae, Bob Marley de ley. Aunque el chofer nos explicaba que también el hip-hop es una de las corrientes más fuertes en Jamaica. Entre la vegetación apretujada sale el guía para colocarnos un brazalete. Tenemos tres opciones de diversión: tirolesa, rappel y bobsled. Sin dudarlo elegimos el tercero, el resto de las actividades vendrán después. ¿Qué es el bobsled?, pregunto al guía. “Es un trineo que se utiliza en competencias de invierno, pero aquí lo adaptaron para descender una montaña rusa”, explica mientras caminamos por un puente de madera. Por debajo corre agua de río, los pájaros cantan y frente a nosotros esperan las telesillas para subir la montaña. Llegan por nosotros sin detenerse. A marcha lenta nos conducen sobre las copas de los árboles. Abajo se observan corales petrificados, señal de que alguna vez el terreno estuvo debajo del mar. Alcanzamos una altura de 220 metros. Desde aquí podemos ver gran parte de la isla y hasta los vehículos (por cierto, el volante lo llevan de lado izquierdo). Nos bajamos y no esperamos más. Eduarda y yo somos las primeras en subir cada una a su respectivo trineo. Si lo deseamos podemos unirlos e irnos juntas. Aceptamos la propuesta. Dos palancas al costado del carrito definen la velocidad. Adelante para acelerar y atrás para frenar. “Sonrían” dicen los del staff del parque, se escucha el obturador de la cámara y ahí vamos. La salida es lenta, se escucha perfectamente nuestro paso sobre los rieles. Y ahora sí, una línea recta y las palancas para adelante. No sabemos a qué velocidad vamos, pero el pelo nos vuela como si estuviéramos frente a un ventilador. Nuestras carcajadas hacen eco entre los árboles. Adelante y atrás, avanzamos y frenamos para prepararnos y enfrentar la primera bajada. Uno, dos y tres. No aguanto, suelto el grito porque mi estómago siente el vacío. Aún no me recupero del derroche de adrenalina cuando tomamos una serie de seis curvas. A toda velocidad y sin oportunidad para frenar, vamos serpenteando las montañas jamaiquinas. Un letrero nos indica que debemos soltar las palancas. Ahora el bobsled se conduce solo. Nos lleva por una subida. Hemos recorrido los casi dos kilómetros de montaña rusa. Al final, entramos a la tienda para ver nuestras caras de asombro y comprar por 15 dólares la foto del recuerdo. Parte del día lo pasamos en el minimuseo del parque, entre la tirolesa, el rappel y, por último, unos chapuzones en sus albercas. Al calor de la noche Los rayos del sol han tostado nuestra piel, pero jamás alcanzamos el tono que los jamaiquinos tienen: un color chocolate en donde la sonrisa, el glóbulo ocular y su vestimenta de tonos intensos, hacen un perfecto contraste. Esto lo apreciamos en Margaritaville, un bar de playa en Gloucester, la avenida más turística de Montego Bay. Dentro de un gran hocico de tiburón, hecho con fibra de vidrio, está el DJ. Las luces neón en tonos verdes y azules alumbran el bar que de día ve desfilar a miles de turistas para beberse un ron y deslizarse por sus toboganes para caer al mar. Pero de noche, la imagen es otra, la de un ambiente más local. Comprobamos que el hip-hop es el género rey. En medio de la pista hay hombres y mujeres bailando. Ante nuestros intentos de imitar sus pasos, nos invitan a darnos una “probadita” de lo que es el ritmo jamaiquino. Movimientos que emulan un robot. Por momentos se deslizan, así como lo hacía Michael Jackson. Todo cambia cuando las mujeres entran en acción. Mueven las caderas despacito, tratando de seducir a los hombres y, cómo no, si tienen unas piernas perfectamente torneadas que lucen bajo shorts ajustados. Ellos se acercan y les bailan por la espalda. Recargados en las paredes o en un simple banco, imitan posiciones sexuales. El sudor hace que su piel brille, jamás el ambiente se impregna de malos olores. Jarras con ron se despachan en la barra y también cerveza Red Stripe, la marca local, cuya presentación es como la de un frasco de jarabe para la tos. A sorbos nos vamos quitando la sed que nos provoca el baile. En la terraza sentimos la brisa del mar, tranquilo, sin ola que se cruce en el reflejo de la luna llena. “Bam, Bam, Bam, Bam… guns of navaron”, el grito se escucha por todo el bar. Acto seguido: trompetas, tambores, guitarras y piano. Hemos cambiado el hip-hop por el ska. Son los Skatakites, dice un jamaiquino mientras se mueve al compás de la música. Salimos cerca de las cinco de la mañana. En la calle hay policías que custodian la seguridad del turista, para que no sea acechado por algunos locales que intentan vender “artesanías”. Y si en México los tacos son típicos después de una noche de antro, en Jamaica el pollo jerk es el platillo para los trasnochados. Sobre la avenida hay asadores cocinando las alitas o los muslos, marinadas con especias y salsa agridulce, dándole un sabor rostizado. La vianda se acompaña con arroz y frijoles. Un adiós obligado Quien llega a Montego debe saber que gran parte de su estancia la pasa dentro su hotel. Aquí hay grandes resorts que lo ofrecen todo, hasta excursiones a Kingston, situado a cuatro horas por carretera y a donde llega la mayoría del turismo. Qué razón tenía Allana al decir que todo era relax. Es un escenario ideal para lunamieleros y personas que escapamos del ajetreo citadino. A unas horas de partir, aprovechamos para desplazarnos al departamento de Negril, a hora y media de Montego. Queremos asolearnos en las Siete Millas (11 kilómetros de playa). La historia dice que Negril fue en la década de los 60, del siglo XX, un refugio de rastafaris y hippies. El escenario parece no haber cambiado demasiado. Los restaurantes que se han instalado a lo largo de la playa han tratado de conservar aquella arquitectura en donde la madera y los tonos pastel predominaban. También hay puestos pequeños de artesanías. Aquí vemos el arte de los rastafaris: se esconden entre las piedras para tallar la madera y hacer máscaras, tejer hilos, formar pulseras y anillos. Los turistas llegamos para regatear, un hábito muy común en la isla. Nos queda reposar en los camastros de madera, pedir un buen cebiche, un ron y ver desfilar a los locales que cobran un dólar por tomarte una foto con ellos y con una gorra de rastas. Aquí sí suena el reggae. Tres jamaiquinos pasan frente a nosotros moviendo el cuerpo y cantando “One love, one heart, let’s get together and feel all right”. Sonríen y de nuevo escuchamos el “Jamaica my friend, no problem”. Ahora lo sabemos, es un saludo de bienvenida, que en esta ocasión nosotros tenemos que interpretar como una despedida, pues el avión está esperando en la pista para devolvernos a casa. Hasta el último momento, el mar del Caribe nos acompaña, el pequeño aeropuerto está en medio de él. Decimos adiós a otra cara de Jamaica. PARA SABER Dónde dormir Los principales resorts en Montego son Iberostar, Sandals y Half Moon. Ofrecen tarifas que van desde los 120 dólares por noche por persona. Los precios varían de acuerdo con la temporada. También puedes conseguir más opciones de hospedaje en www.tripadvisor.es y www.travellerspoint.com Los vuelos - Los vuelos a Jamaica pueden comprase con facilidad, pero ante la cercanía de las vacaciones de fin de año, y si usted desea hacer un viaje, es bueno que tome ya sus previsiones. - Por Americanairlines Costo por persona mil 96 dólares. - Por Americanairlines y Aeroméxico Costo por persona mil 100 dólares. - Por Aeroméxico y Caribbean Airlines Costo por persona mil 300 dólares Cómo moverse - Por seguridad, y para evitar cualquier contratiempo, se recomienda abordar los taxis de los hoteles. - Este servicio cobra por distancia y por el número de personas. La moneda Dólar jamaiquino, pero en toda la isla se aceptan dólares estadounidenses (son lo mejor para no batallar con las conversiones). 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