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“El hijo del coronel” y las formas del buen morir

Ojeda plantea en El Hijo del coronel una historia de amor y muerte

“Siempre estoy matando a mis personajes. Con el tiempo, cuando llegué a ponderar acerca de las razones por las que lo hago, me di cuenta de que, en mi caso, estimo que la gran enseñanza que a todos nos aguarda, y la lección que todos tenemos que recibir, es la del bien morir. Al matar a los actores de mis relatos, lo que trato de ilustrar es esa idea, para que el lector de ahí escoja la forma de dejar este mundo que más le guste”, comenta el escritor potosino David Ojeda respecto a El hijo del coronel (Tusquets), su más reciente novela.

Sin alejarse de esa premisa que a lo ha acompañado durante buena parte de su carrera literaria, Ojeda plantea en El Hijo del coronel una historia de amor y muerte, en la que, a través de tres grandes capítulos que van cambiando de voz narrativa en cada uno de ellos, cuatro personajes que comparten vínculos afectivos y sanguíneos despiertan la mañana del 25 de diciembre de 2007, ignorando que al siguiente día se encontrarán reunidos ante una plancha de disección, donde encontrarán una resolución climática a sus vidas.

“Fui trazando la novela a partir de los datos que mi experiencia vital me fue permitiendo levantar; la novela en general se trazó a partir de retos que me planteé como narrador. Hay apreciaciones personales de la Huasteca Potosina, además de dilemas históricos que quiero someter a crítica de los lectores, como el problema inútil de que los potosinos tengan una animadversión unos con otros”, señala Ojeda.

“La muerte es el gran enigma, el último telón, algo de temor –concluye el autor-. El momento al que quiero asistir dejando tras de mí buenas intenciones. Espero llegar a ella con solvencia”.

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