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Chiquilistlán, recupera su memoria histórica
Los habitantes del municipio pusieron manos a la obra para rescatar una antigua parroquia del siglo XVII
GUADALAJARA, JALISCO (05/ABR/2015).- Situado en la sierra de Amula, Chiquilistlán es una pequeña comunidad de Jalisco que apenas cuenta con seis mil habitantes pero su historia y tradiciones son centenarias; en la actualidad vive inmerso en un proceso de restauración para su templo principal, la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, que fue edificada por los franciscanos durante el siglo XVII y que ahora, gracias al esfuerzo de la comunidad migrante del lugar, sus pobladores y el gobierno municipal, han conseguido atraer recursos y atención de parte de las instituciones federales para recuperar lo que, todo indica, es un conjunto conventual al que persigue no sólo revitalizar sino, además, “restituir” algunos de sus elementos originales como una forma de “recuperar parte de la memoria histórica” del pueblo.
Se sabe que el lugar era habitado por cocas y cazcanes en la era prehispánica, pero con la llegada de los españoles se convirtió en estancia de Sayula, cabecera de la Provincia de Ávalos; la evangelización la iniciaron los franciscanos y su demarcación de linderos data de 1563, firmada por el virrey don Luis de Velasco, pero también existen documentos que le reconocen como alcaldía desde 1823. Hoy día se distingue por su pasado como población minera, la elaboración de artesanía distintiva y una unida y amplia comunidad migrante en el vecino país del Norte.
Como explica Cuauhtémoc Rodríguez —director de Calicanto, Conservación y Restauración S. de R.L. de C.V.— el proyecto “surgió por iniciativa de la vasta comunidad migrante del poblado que vive en los Estados Unidos y que, bien organizados, realizan actividades y recaudan fondos que recibe un grupo local —el Club Espejo— que determina a qué se destinarán en la comunidad”. De este modo, les preocupaba el estado de la parroquia, “cuyos techos se estaban colapsando” y, con ayuda de la autoridades civiles se acercaron al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Jalisco para exponer la problemática.
Para que la dependencia autorizara cualquier tipo de obras en el inmueble histórico se requería de un proyecto especializado desarrollado por especialistas; tras la recomendación del INAH y de ponerse en contacto con los interesados, los representantes de la empresa capitalina llegaron el 11 de marzo de 2014 a Chiquilistlán.
En dos años de trabajo por parte de locales y la comunidad migrante se lograron reunir 423 mil pesos que, dada la magnitud del problema, no eran suficientes (puesto que primero se pensó en que se trataba solamente de un muro con enormes grietas y filtraciones en los techos, aunque los daños eran mayores); por ello, la empresa sugirió solicitar apoyo al Fondo de Apoyo a Comunidades para la Restauración de Monumentos y Bienes Artísticos de Propiedad Federal (Foremoba), del Conaculta.
A pesar de la premura —la convocatoria del programa federal se vencía el 30 de abril— y las dificultades burocráticas (la licencia del INAH, por ejemplo), se obtuvo respuesta positiva el mes de agosto; con todo, el dinero no fluyó rápidamente y las obras comenzaron (a fines de septiembre) con lo que se tenía y recursos propios de la empresa, un proceso que se complicó debido a la temporada de lluvias y a que el templo continuó “en uso”.
Los descubrimientos
Lo sorprendente, al comenzar a investigar acerca del espacio que se intervendría fue que, más allá de una parroquia, “descubrimos que se trataba de un conjunto conventual de fundación franciscana que, todo indica, data del siglo XVII, pero al cual se han hecho muchas modificaciones, de muy buena voluntad, pero que han propiciado el franco deterioro de algunas secciones del inmueble”, explica Abby Valenzuela Rivera, maestra en arquitectura con especialidad en restauración de edificios históricos y encargada del proyecto.
El edificio, en su etapa inicial, se construyó con adobe y, los techos, con algo que se conoce como tejamanil, es decir, vigas de madera con teja de barro; como zona boscosa y de terrenos arcillosos, se trataba de los materiales que brindaba la geografía. Además, es una región lluviosa y los techos de dos aguas alejan el agua de los muros pero, sin mantenimiento y con el tiempo, durante la época porfirista, se determinó cambiar esto por bóvedas escarzanas para las que se usaron rieles de tren como vigas, sobre lo cual se puso después una losa de concreto y luego losas ladrillo; la consecuencia fue que estos sistemas “pesados” comenzaron a ejercer una presión inusual en los muros de adobe, lo que provocó los problemas estructurales.
A lo anterior se suma que, aunque originalmente de un piso, a la construcción se le adaptó un segundo nivel, espacio que ha servido con los años como bodega, escuela o habitaciones; para ello se eliminó la techumbre original y el tapanco —cuya función era estética más que estructural— se utilizó como entrepiso al elevar los muros. Así, lo que sucedió es que, con el paso del tiempo, las paredes comenzaron a colapsarse (al igual que las bóvedas).
La primera etapa
En una primera etapa, se decidió intervenir las capillas laterales, se eliminó el segundo nivel en el ala oriental del inmueble y se colocaron techos de teja; el proyecto completo busca recuperar el conjunto conventual, no sólo el huerto del ala Norte y la nave principal del templo, sino también el claustro de columnas y arcadas que en su ala occidental se “cerró”; refiere Valenzuela que “aunque no se tienen los datos históricos, el propio edificio indica que el deambulatorio daba un rodeo completo, los pilares están ahí a pesar de las modificaciones que le han hecho por el uso”.
Parte de este trabajo implica evaluar “lo que se irá descubriendo”, detalla la arquitecta, “porque se verá, pero por ahora no tenemos idea. El diálogo con el INAH es permanente, los especialistas proponen, se habla con la comunidad, se regresa a México para un dictamen y acuerdo para determinar criterios, procedimientos y materiales a usar, siempre con estricto respeto a la historicidad, a la técnica constructiva original y los materiales constitutivos”.
De esta forma, mantener en uso el conjunto es prioridad; algunas obras se han retrasado por ello pero, al final, para eso fue diseñado y “se mantiene vivo, aunque requiere se dignifiquen los espacios”; con todo, las cosas deberán ir de forma pausada porque, comenta Rodríguez, “nuestro país es pobre y pocos recursos se destinan a recuperar el patrimonio edificado y, por ello, Chiquilistlán es privilegiado, tiene una comunidad de migrantes consciente que juntó dinero y eso coincide con una administración municipal que hace suyo el proyecto y aporta dinero”.
Apoyo federal
A lo anterior se agrega no sólo el apoyo de los especialistas, sino el del diputado federal Luis Córdova Díaz, que impulsó la iniciativa en la Comisión de Cultura del Congreso de la Unión para destinar recursos a través del PEF (Presupuesto de Egresos de la Federación) para que el proyecto continúe; en un año se ha transformado la suerte del pueblo y tendrá una oportunidad que otros, aunque con más proyección turística, no tienen.
También, para mantener informada a la población migrante de los Estados Unidos, se estableció una página en Facebook bajo el nombre de “Señora de la Asunción”, donde se suben fotos sobre el proceso de intervención, gracias a lo cual muchos se mantienen en contacto con su pueblo, al que aportan fondos para mejoras, a las que se sumaron las instituciones.
Leer el documento físico
En este año, se prevé comenzar la segunda etapa de obras, que espera una partida de cerca de seis millones de pesos del Gobierno Federal; así, se planea restituir las techumbres de madera, a pesar de que los materiales —hoy día— tienden a encarecer el proyecto. Ahora, otro detalle positivo es que toda la mano de obra es de Chiquilistlán (que recibe capacitación), para que la derrama económica quede en la comunidad.
Es el “documento físico” del conjunto conventual “el que estamos leyendo y buscando interpretar para devolver al inmueble la dignidad de los materiales y el sentido original”, refiere Valenzuela, “esto también implica la reutilización del materiales —adobe y tejas— porque la elaboración es cara y el clima (lluvioso) no lo permite mucho”; lo prioritario será, dicen los especialistas, trabajar ahora el lado Sur del conjunto arquitectónico para consolidar muros, restituir techumbres y construir un entrepiso “real”.
Integración al proyecto
En palabras del párroco del templo, Pbro. Juan García, “hace tiempo esperábamos de diera la restauración del templo, porque había la necesidad; ahora hay un proyecto global y nos alegra que ahora, parece, será posible. Antes desconocíamos los procedimientos pero ya se han iniciado las obras, con sus limitaciones, y hemos venido entendiendo el contexto de las obras”.
Sin embargo, detalla el sacerdote, esto no significa que se hayan anulado “las voces en contra”, aunque “poco a poco se ha ido explicando las etapas en qué consistirá y la necesidad de recuperar, gracias al dinero Federal, el conjunto. Nos hemos reunido con el Club Espejo y se ha buscado explicar el proceso completo. Tenemos la esperanza ya de que un día le veamos tal como fue concebido. Sigue faltando información y las personas se preocupan, naturalmente, pero es un proyecto especial y hay que difundir, así como dialogar con unos y con otros; yo también aprendo, para poder dar razón de lo que se está haciendo”.
En estos términos, Chiquilistlán se convierte en un ejemplo inusual de cooperación entre la comunidad, una empresa y las instituciones para buscar mejorar las condiciones de un espacio simbólico de gran importancia para sus habitantes, al amparo de un proceso que —dice García— “es muy importante y hay que sentirse parte de él”.
SABER MÁS
Los adobes únicos
Dentro de lo que se conoce como “arquitectura de tierra”, que implica diversos sistemas constructivos, se adecúa a los materiales que existen en cada región donde se emplea; así, los adobes –bloques para la construcción hechos de tierra y otros elementos– son esenciales en Chiquilistlán, pero son únicos en el mundo porque su arcilla es muy fuerte y, al no haber mucha arena en la región, se ha usado en su fabricación el “ocochal”, la fibra de las hojas de los pinos que es también muy utilizada en la artesanía típica local. “De no haberlo hecho así –comenta la encargada del proyecto, Abby Valenzuela– los adobes se partirían, pero el ocochal hace una red que mantiene la arcilla junta; eso no se conoce mucho y por ello se busca dignificar el espacio público con los materiales de la zona, un elemento más para que la gente lo haga suyo, porque genera comunidad, y eso es más importante del proyecto”.
Se sabe que el lugar era habitado por cocas y cazcanes en la era prehispánica, pero con la llegada de los españoles se convirtió en estancia de Sayula, cabecera de la Provincia de Ávalos; la evangelización la iniciaron los franciscanos y su demarcación de linderos data de 1563, firmada por el virrey don Luis de Velasco, pero también existen documentos que le reconocen como alcaldía desde 1823. Hoy día se distingue por su pasado como población minera, la elaboración de artesanía distintiva y una unida y amplia comunidad migrante en el vecino país del Norte.
Como explica Cuauhtémoc Rodríguez —director de Calicanto, Conservación y Restauración S. de R.L. de C.V.— el proyecto “surgió por iniciativa de la vasta comunidad migrante del poblado que vive en los Estados Unidos y que, bien organizados, realizan actividades y recaudan fondos que recibe un grupo local —el Club Espejo— que determina a qué se destinarán en la comunidad”. De este modo, les preocupaba el estado de la parroquia, “cuyos techos se estaban colapsando” y, con ayuda de la autoridades civiles se acercaron al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Jalisco para exponer la problemática.
Para que la dependencia autorizara cualquier tipo de obras en el inmueble histórico se requería de un proyecto especializado desarrollado por especialistas; tras la recomendación del INAH y de ponerse en contacto con los interesados, los representantes de la empresa capitalina llegaron el 11 de marzo de 2014 a Chiquilistlán.
En dos años de trabajo por parte de locales y la comunidad migrante se lograron reunir 423 mil pesos que, dada la magnitud del problema, no eran suficientes (puesto que primero se pensó en que se trataba solamente de un muro con enormes grietas y filtraciones en los techos, aunque los daños eran mayores); por ello, la empresa sugirió solicitar apoyo al Fondo de Apoyo a Comunidades para la Restauración de Monumentos y Bienes Artísticos de Propiedad Federal (Foremoba), del Conaculta.
A pesar de la premura —la convocatoria del programa federal se vencía el 30 de abril— y las dificultades burocráticas (la licencia del INAH, por ejemplo), se obtuvo respuesta positiva el mes de agosto; con todo, el dinero no fluyó rápidamente y las obras comenzaron (a fines de septiembre) con lo que se tenía y recursos propios de la empresa, un proceso que se complicó debido a la temporada de lluvias y a que el templo continuó “en uso”.
Los descubrimientos
Lo sorprendente, al comenzar a investigar acerca del espacio que se intervendría fue que, más allá de una parroquia, “descubrimos que se trataba de un conjunto conventual de fundación franciscana que, todo indica, data del siglo XVII, pero al cual se han hecho muchas modificaciones, de muy buena voluntad, pero que han propiciado el franco deterioro de algunas secciones del inmueble”, explica Abby Valenzuela Rivera, maestra en arquitectura con especialidad en restauración de edificios históricos y encargada del proyecto.
El edificio, en su etapa inicial, se construyó con adobe y, los techos, con algo que se conoce como tejamanil, es decir, vigas de madera con teja de barro; como zona boscosa y de terrenos arcillosos, se trataba de los materiales que brindaba la geografía. Además, es una región lluviosa y los techos de dos aguas alejan el agua de los muros pero, sin mantenimiento y con el tiempo, durante la época porfirista, se determinó cambiar esto por bóvedas escarzanas para las que se usaron rieles de tren como vigas, sobre lo cual se puso después una losa de concreto y luego losas ladrillo; la consecuencia fue que estos sistemas “pesados” comenzaron a ejercer una presión inusual en los muros de adobe, lo que provocó los problemas estructurales.
A lo anterior se suma que, aunque originalmente de un piso, a la construcción se le adaptó un segundo nivel, espacio que ha servido con los años como bodega, escuela o habitaciones; para ello se eliminó la techumbre original y el tapanco —cuya función era estética más que estructural— se utilizó como entrepiso al elevar los muros. Así, lo que sucedió es que, con el paso del tiempo, las paredes comenzaron a colapsarse (al igual que las bóvedas).
La primera etapa
En una primera etapa, se decidió intervenir las capillas laterales, se eliminó el segundo nivel en el ala oriental del inmueble y se colocaron techos de teja; el proyecto completo busca recuperar el conjunto conventual, no sólo el huerto del ala Norte y la nave principal del templo, sino también el claustro de columnas y arcadas que en su ala occidental se “cerró”; refiere Valenzuela que “aunque no se tienen los datos históricos, el propio edificio indica que el deambulatorio daba un rodeo completo, los pilares están ahí a pesar de las modificaciones que le han hecho por el uso”.
Parte de este trabajo implica evaluar “lo que se irá descubriendo”, detalla la arquitecta, “porque se verá, pero por ahora no tenemos idea. El diálogo con el INAH es permanente, los especialistas proponen, se habla con la comunidad, se regresa a México para un dictamen y acuerdo para determinar criterios, procedimientos y materiales a usar, siempre con estricto respeto a la historicidad, a la técnica constructiva original y los materiales constitutivos”.
De esta forma, mantener en uso el conjunto es prioridad; algunas obras se han retrasado por ello pero, al final, para eso fue diseñado y “se mantiene vivo, aunque requiere se dignifiquen los espacios”; con todo, las cosas deberán ir de forma pausada porque, comenta Rodríguez, “nuestro país es pobre y pocos recursos se destinan a recuperar el patrimonio edificado y, por ello, Chiquilistlán es privilegiado, tiene una comunidad de migrantes consciente que juntó dinero y eso coincide con una administración municipal que hace suyo el proyecto y aporta dinero”.
Apoyo federal
A lo anterior se agrega no sólo el apoyo de los especialistas, sino el del diputado federal Luis Córdova Díaz, que impulsó la iniciativa en la Comisión de Cultura del Congreso de la Unión para destinar recursos a través del PEF (Presupuesto de Egresos de la Federación) para que el proyecto continúe; en un año se ha transformado la suerte del pueblo y tendrá una oportunidad que otros, aunque con más proyección turística, no tienen.
También, para mantener informada a la población migrante de los Estados Unidos, se estableció una página en Facebook bajo el nombre de “Señora de la Asunción”, donde se suben fotos sobre el proceso de intervención, gracias a lo cual muchos se mantienen en contacto con su pueblo, al que aportan fondos para mejoras, a las que se sumaron las instituciones.
Leer el documento físico
En este año, se prevé comenzar la segunda etapa de obras, que espera una partida de cerca de seis millones de pesos del Gobierno Federal; así, se planea restituir las techumbres de madera, a pesar de que los materiales —hoy día— tienden a encarecer el proyecto. Ahora, otro detalle positivo es que toda la mano de obra es de Chiquilistlán (que recibe capacitación), para que la derrama económica quede en la comunidad.
Es el “documento físico” del conjunto conventual “el que estamos leyendo y buscando interpretar para devolver al inmueble la dignidad de los materiales y el sentido original”, refiere Valenzuela, “esto también implica la reutilización del materiales —adobe y tejas— porque la elaboración es cara y el clima (lluvioso) no lo permite mucho”; lo prioritario será, dicen los especialistas, trabajar ahora el lado Sur del conjunto arquitectónico para consolidar muros, restituir techumbres y construir un entrepiso “real”.
Integración al proyecto
En palabras del párroco del templo, Pbro. Juan García, “hace tiempo esperábamos de diera la restauración del templo, porque había la necesidad; ahora hay un proyecto global y nos alegra que ahora, parece, será posible. Antes desconocíamos los procedimientos pero ya se han iniciado las obras, con sus limitaciones, y hemos venido entendiendo el contexto de las obras”.
Sin embargo, detalla el sacerdote, esto no significa que se hayan anulado “las voces en contra”, aunque “poco a poco se ha ido explicando las etapas en qué consistirá y la necesidad de recuperar, gracias al dinero Federal, el conjunto. Nos hemos reunido con el Club Espejo y se ha buscado explicar el proceso completo. Tenemos la esperanza ya de que un día le veamos tal como fue concebido. Sigue faltando información y las personas se preocupan, naturalmente, pero es un proyecto especial y hay que difundir, así como dialogar con unos y con otros; yo también aprendo, para poder dar razón de lo que se está haciendo”.
En estos términos, Chiquilistlán se convierte en un ejemplo inusual de cooperación entre la comunidad, una empresa y las instituciones para buscar mejorar las condiciones de un espacio simbólico de gran importancia para sus habitantes, al amparo de un proceso que —dice García— “es muy importante y hay que sentirse parte de él”.
SABER MÁS
Los adobes únicos
Dentro de lo que se conoce como “arquitectura de tierra”, que implica diversos sistemas constructivos, se adecúa a los materiales que existen en cada región donde se emplea; así, los adobes –bloques para la construcción hechos de tierra y otros elementos– son esenciales en Chiquilistlán, pero son únicos en el mundo porque su arcilla es muy fuerte y, al no haber mucha arena en la región, se ha usado en su fabricación el “ocochal”, la fibra de las hojas de los pinos que es también muy utilizada en la artesanía típica local. “De no haberlo hecho así –comenta la encargada del proyecto, Abby Valenzuela– los adobes se partirían, pero el ocochal hace una red que mantiene la arcilla junta; eso no se conoce mucho y por ello se busca dignificar el espacio público con los materiales de la zona, un elemento más para que la gente lo haga suyo, porque genera comunidad, y eso es más importante del proyecto”.