El reciente posicionamiento del Representante Comercial de Estados Unidos ante el Congreso de su país ha generado varias lecturas, pero viéndolo con cuidado podemos afirmar que los que se trata de decir es que el tratado no está en riesgo de desaparecer, sino de transformarse profundamente.Estados Unidos no está preparando una salida. Está preparando una redefinición estructural del acuerdo, coherente con un mundo en el que el comercio ya no puede separarse de la seguridad económica, la política industrial y la competencia geopolítica.El propio diseño del T-MEC anticipaba este momento. A diferencia del viejo TLCAN, concebido como un marco estable y prácticamente irreversible, el nuevo tratado incorporó deliberadamente un mecanismo de revisión periódica. No fue un tecnicismo, sino una decisión política: preservar el acuerdo solo en la medida en que siga siendo funcional a los intereses estratégicos estadounidenses.Desde esa lógica debe entenderse el mensaje de Washington. No es un balance neutral sobre flujos comerciales, sino una advertencia clara: el acceso preferencial al mercado norteamericano estará condicionado a la alineación productiva, regulatoria e industrial de los socios.Y, aun así, el mensaje central es inequívoco: Estados Unidos quiere que el T-MEC continúe.El documento reconoce avances sustantivos. El comercio regional se ha expandido, México ha capturado una parte relevante del desplazamiento de China en las cadenas de suministro, y las reformas laborales han elevado salarios y reducido algunas distorsiones competitivas. El tratado funciona. Pero —subraya Washington— ya no basta.El mundo de 2026 no es el de 2018. La pandemia, la guerra tecnológica, la sobrecapacidad industrial asiática, la relocalización de cadenas críticas y la convergencia entre comercio y seguridad nacional han alterado las reglas del juego. En este nuevo entorno, Estados Unidos no está dispuesto a sostener un acuerdo que permita deslocalizaciones encubiertas, integración pasiva de insumos de terceros países o arbitraje regulatorio que erosione su base industrial.Por eso el T-MEC prevalecerá, pero con cambios profundos.Las modificaciones que se perfilan —reglas de origen más estrictas, mayor escrutinio sobre inversión extranjera, mecanismos laborales y ambientales reforzados, coordinación en minerales críticos y control tecnológico— apuntan en una sola dirección: que el comercio regional sirva para reconstruir capacidades industriales en América del Norte.Aquí es donde México enfrenta su verdadera disyuntiva.Durante décadas, el país apostó por un modelo de inserción basado en costos, apertura amplia y atracción de inversión sin una política industrial explícita. Ese modelo permitió crecer, pero también generó dependencias, baja integración nacional y escasa acumulación de capacidades productivas propias. En el nuevo T-MEC que se está configurando, ese enfoque resulta insuficiente —y potencialmente riesgoso—.Si el tratado evoluciona hacia un acuerdo de integración estratégica, México solo podrá sostener su posición si fortalece su capacidad industrial interna: proveedores locales, encadenamientos productivos, innovación, formación técnica y territorialización del desarrollo. De lo contrario, el país corre el riesgo de quedar atrapado entre mayores exigencias externas y una base productiva limitada para cumplirlas.En este contexto, los Polos de Desarrollo para el Bienestar adquieren una relevancia estratégica que va mucho más allá de la política regional.Bien diseñados y correctamente ejecutados, los polos pueden convertirse en la plataforma que permita a México responder a las nuevas exigencias del T-MEC: concentrar inversión productiva, articular infraestructura, formar capital humano, atraer sectores estratégicos y elevar el contenido nacional y regional de la producción. No son un programa social ampliado; son —o deben ser— instrumentos de política industrial territorial.Además, ofrecen una respuesta a una de las preocupaciones centrales de Estados Unidos: la relocalización basada únicamente en ventajas regulatorias. Un modelo de polos orientado a productividad, cumplimiento laboral, sostenibilidad ambiental y valor agregado reduce ese riesgo y fortalece la legitimidad de México como socio estratégico, no solo como plataforma de ensamblaje.La alternativa es clara y costosa: un tratado formalmente vigente, pero permanentemente tensionado; un flujo de inversión condicionado, volátil y sujeto a presiones externas; y una economía integrada, pero frágil.Estados Unidos ha sido explícito: la renovación del T-MEC no será automática, pero está sobre la mesa. Esa es, en sí misma, una señal de continuidad. La condición es aceptar que el acuerdo ya no es solo un instrumento para comerciar más barato, sino un marco para ordenar el poder económico de América del Norte.En ese nuevo T-MEC, la industrialización mexicana no es opcional. Es la condición para que el tratado no solo sobreviva, sino para que funcione a favor del desarrollo.Porque el T-MEC no se romperá, pero tampoco será el mismo. Y México solo podrá sostenerlo si decide, de una vez por todas, producir más, mejor y desde su propio territorio.luisernestosalomon@gmail.com